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Que el tiempo afecta a nuestra salud no es ninguna primicia. La preocupación de la humanidad por los avatares atmosféricos ha quedado reflejada históricamente por la continuidad y constancia de las observaciones y la profundidad de las creencias en la capacidad de los acontecimientos atmosféricos para influir en el comportamiento del hombre, en su felicidad, en su idiosincracia y en el origen de sus dolencias.
Caldeos, babilonios, chinos, egipcios, griegos, romanos árabes y otras grandes culturas no pasaron de largo ante el influjo de las variaciones del clima en el bienestar humano.
Hace 2,500 años, Hipócrates aconsejaba en su obra Aire, Agua y Lugares lo siguiente: "Hay que prestar cuidado a los cambios de estación más bruscos y, a menos que sea obligado, no se debe purgar ni aplicar cirugía o cuchillo en los intestinos antes de que hayan pasado 10 días de cambio de estación".
La Biblia achaca el comportamiento innoble del rey Salomón al azote de un viento bochornoso procedente del desierto de Israel, quizás el sharav o hamsin*. En la Edad Media los herbolarios desarrollaron las ideas hipocráticas sobre el clima y la salud, y recetaban determinadas hierbas para combatir los efectos nocivos de los vientos.
Durante siglos, creencias populares, supersticiones y observaciones médicas convivieron juntas hasta que en el siglo XX nació en Alemania una nueva disciplina científica: la bioclimatología, que "estudia las interrelaciones directas e indirectas entre el entorno geofísico y geoquímico de la atmósfera y los organismos vivos, plantas, animales y hombre". Una rama de esta ciencia, la bioclimatología médica, investiga cómo los cambios atmosféricos afectan a la salud humana. Al igual que calquier ser vivo, el hombre reacciona fisiológicamente a los denominados factores del tiempo, que incluyen la temperatura, la humedad, la presión y el viento, así como a los fenómenos, así como a los fenómenos especiales o meteorológicos que acontecen en el seno de la atmósfera, caso de la lluvia, la niebla, la tormenta, el granizo y la contaminación.
Los expertos clasifican a las personas en al menos cinco tipos constitucionales según reaccionan sus hormonas a los estímulos atmosféricos: 1) Constitución equilibrada (con adecuada elasticidad hormonal capaces de afrontar los cambios meteorológicos). 2) Constitución vagotónica (reaccionan ante el estrés climático con una hiperactividad del nervio vago; desciende su tensión arterial, pulso y ritmo respiratorio; se levantan con un tono vital bajo). 3) Constitución serotonínica (muy sensibles a los cambios de tiempo y a la electricidad atmosférica; propensos a sufrir insomnio, irritabilidad, náuseas entre otras cosas) 4) Constitución tiroidea (reaccionan a los sistemas frontales fríos y cálidos; no soportan las temperaturas extremas y tienen reacciones semejantes a los seratonínicos) 5) Constitución simpáticotónica (propensos a la euforia, locuacidad, inquietud; con gran capacidad de concentración y especial agudeza mental, reaccionan marcadamente al tiempo)
Datos e imágenes tomados de la Revista "Muy Interesante"; Año XVIII, Num 06
*Sharav (o hamsin): azote de un viento bochornoso cargado de arena, en árabe significa «viento venenoso». Este viento llega a engendrar temperaturas de 55ºC, y levantan nubes inmensas de arena que oscurecen el sol y reducen la visibilidad (foto satelite). Pueden alcanzar los 150 kilómetros por hora y con su fuerza desplazan las dunas decenas de kilómetros, derriban árboles y casas, y son capaces de enterrar automóviles y ferrocarriles.
1 comentario:
Excelente post, no tenia idea, en verdad interesante.
Saludos!!
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