Dubito, ergo cogito, ergo sum
Descartes






jueves, 27 de septiembre de 2007

LO QUE TE HACE SONREIR

No me pregunten cómo.
El caso es que hice los arreglos y me fui a Paris, al Museo del Louvre, pagué mi entrada y corrí hasta donde estaba el cuadro de la Mona Lisa.
Me paré enfrente de él, lo ví a través de su vidrio blindado e hice, mentalmente, lo que me habían dicho. Fui moviéndome lentamente hacia adelante y llegué tan cerca al vidrio que el guardia que custodia la imagen se acercó a mi y me dijo en francés, obvio, que no podía yo acercarme más. Yo nada más le contesté, en español, que no entendía y él, amablemente, hizo un ademán que interpreté como que me tenía que hacer hacia atrás, retirarme.
A mi me dijeron que si quería obtener lo que quería, no le hiciera caso. Y me quedé ahí, sin moverme
Repitiendo su ademán, me invitó a hacerme para atrás.
En ese momento dije la palabra y, en un abrir y cerrar de ojos, todo cambió a mi alrededor: muebles, sonidos, luces, olores. Me quedé parada, ésa era la instrucción y esperé.
Un hombre joven, vestido a la usanza de la Italia renacentista se acercó a mi y me preguntó quién era yo. Yo contesté lo que me habían indicado, y en italiano, por supuesto. Él me llevó a otra habitación y ahí me ofreció asiento y me pidió que esperara. Yo me senté y empecé a mirar todo...
¡Sí, era cierto! Estaba yo en el estudio del pintor autor de ese famoso retrato. Todo lo que había yo hecho para conseguir ese viaje en tiempo y espacio había valido la pena: estudiar italiano, saber hablar sin titubeos, estudiar pintura y técnicas de la época, aprender a no preguntar más de lo necesario (pues se lleva el riesgo de alterar la historia). Todo lo había yo hecho porque algo me intrigaba: No eran lo ojos de esta enigmática mujer, ni su teatralidad en la vestimenta, ni su hermosas manos, o la pose del cuerpo respecto a la cabeza, ni el paisaje, ni siquiera el "sfumatto"; me intrigaba su sonrisa. Y sólo iba yo a preguntar eso: ¿Qué es lo que te hace sonreir?
Todos los arreglos hechos por mucho, mucho tiempo, eran para saber solamente eso. Y ya estaba yo ahí. Ya podría preguntar.
Pude pasar entonces. Ella me miró, pues sabía a que iba, y extendiendo su mano derecha me invitó a acercarme a ella. Me saludó. Yo respondí de la manera como me habían dicho que lo hiciera e hice la pregunta: Puó dirme per ché sorride?
Ella, seria primero y luego, frunciendo la comisura de sus labios, me invitó a acercarme un poco más, tanto, que susurró en mi oído derecho la respuesta.
Otros escriben sobre el mismo tema. Léelos y sonríe:
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jueves, 20 de septiembre de 2007

LODO

Pensar en el lodo, en esa "mezcla de tierra y agua, especialmente la que resulta de las lluvias en el suelo", según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, me puso a dilucidar sobre lo que yo quería escribir.
¿Un poema?, ¿un cuento? ¿un pequeñísimo ensayo? ¿transcribir a alguien? Nada me satisfacía, y además no tenía yo mucho tiempo para pedir a las musas que llegaran a mi.
Así es que decidí pensar en la utilidad (1) del lodo, y en los desastres (2) que ocasiona.
1)
> Pensé en las muchachonas que luchan en lodo para agasajar la mirada de los espectadores varones
> También en las mascarillas de lodo que ponen en algunos spas y lugares para embellecerse. A veces esta "enlodada" va a todo el cuerpo suponiendo así, al terminar, que la piel queda tersa y muy bella
> Cuando hay lugar para hacerlo, algunas niñitas juegan en el lodo haciendo pasteles de ídem. Espero que no se los coman
> No hay cosa más divertida que llegar a casa lleno de lodo en los pies y pisar cuando se acaba de hacer la limpieza
> Las patitas de lodo que dejan los perros en las alfombras o losetas denuncian obvamente su camino
> El lodo, convertido en turba* (con algunos componentes y con el paso de cientos de años) no sólo es un combustible, sino que momifica estupendamente (en Dinamarca)
> Muy importantes hallazgos arqueológicos en la Ciudad de México han sido localizados entre lodo: en 1790 la Coatlicue y la Piedra del Sol, en 1978 la Coyolxauhqui, en 1987 y 1988 sacrificios de niños en Tlatelolco, sólo por mencionar algunos.
2)
> Los aludes de lodo, como el de hace más o menos un mes en la Sierra de Puebla cobran vidas de muchos inocentes. Vidas que se pierden no por el desastre natural en sí, sino por la corrupción de quienes hacen o concesionan los caminos
> En algunos volcanes, el lodo candente puede aparecer como preámbulo de la gran erupción: el Mont Pelée, (en la Isla Martinica, en las Antillas), el 7 de mayo de 1802 arrasó un ingenio de azúcar ubicado en sus faldas y mató a 150 trabajadores con un chorro de lodo hirviente. Al día siguiente, dos densas nubes de humo acabaron con toda la población.
> Los glaciares, al irse descongelando e ir abriéndose camino por las laderas, en su parte inferior, donde tienen contacto con la tierra, forman morenas y caminos de lodo, entre otras cosas, que si se mantienen a cierta temperatura fría simplemente son un componente más, pero si se calienta más de la cuenta ocasionan verdaderos desastres.
> Seguramente los conquistadores españoles en su huída con un gran cargamento robado en los templos durante la Noche Triste, caminaron entre lodo, cayeron al atravesar los puentes y perdieron gran parte de su cargamento

*Turba: combustible fósil formado de residuos vegetales acumulados en sitios pantanosos; es de color pardo oscuro, aspecto terroso y de poco peso

Checa lo que otrs escriben sobre el mismo tema:
alonso, itaka, orizs, dave, gitana, anet

domingo, 16 de septiembre de 2007

CREDO

México, creo en ti como en el vértice de un juramento,
Tú hueles a tragedia tierra mía,
y sin embargo ríes demasiado,
acaso porque sabes que la risa,
es la envoltura de un dolor callado.

México, creo en ti sin que te represente en una forma,
porque te llevo dentro,
sin que sepa lo que tú eres en mí,
pero presiento que mucho te pareces a mi alma,
que sé que existe, pero no la veo.

México, creo en ti, en el vuelo sutil de tus canciones,
que nacen porque sí,
en la plegaria que yo aprendí para llamarte Patria,
algo que es mío en mí,
como tu sombra que se tiende con vida sobre el mapa.

México, creo en ti, en forma tal que tienes de mi amada,
la promesa y el beso que son míos,
sin que sepa por qué se me entregaron,
no sé si por ser bueno o por ser malo,
o porque del perdón nazca el milagro.

México, creo en ti sin preocuparme el oro de tu entraña,
es bastante la vida de tu barro,
que refresca lo claro de las aguas,
en el jarro que llora por los poros,
la opresión de la carne de tu raza.

México, creo en ti, porque creyendo te me vuelves ansia,
y castidad y celo y esperanza.
Si yo conozco el cielo es por tu cielo,
si conozco el dolor es por tus lágrimas,
que están en mí aprendiendo a ser lloradas.

México, creo en ti, en tus cosechas de milagrería,
que sólo son deseo en las palabras,
te contagias de auroras que te cantan,
y todo el bosque se te vuelve carne,
y todo el hombre se te vuelve selva.

México, creo en ti, porque nací de tí,
como la flama es compendio del fuego y de la brasa,
porque me puse a meditar que existes,
en el sueño y materia que me forman,
y en el delirio de escalar montañas.

México creo en ti, porque escribes tu nombre con la X,
que algo tiene de cruz y de calvario,
porque el águila brava de tu escudo,
se divierte jugando a los volados,
con la vida y a veces con la muerte.

México, creo en ti, como creo en los clavos que te sangran,
en las espinas que hay en tu corona,
y en el mar que te aprieta la cintura,
para que tomes en la forma humana,
hechuras de sirena en las espumas.

México creo en ti, porque si no creyera que eras mío,
el propio corazón me lo gritara,
y te arrebataría con mis brazos,
a todo intento de volverte ajeno,
sintiendo que a mí mismo me salvaba.

México creo en ti, porque eres el alto de mi marcha,
y el punto de partida de mi impulso,
mi credo ¡PATRIA!, tiene que ser tuyo,
como la voz que salva,
y como el ancla.
Ricardo López Méndez.

jueves, 13 de septiembre de 2007

JUVENTUD

¿…mejores años? Me han preguntado más de tres personas
Y también, más de tres, me han dicho que sí. Y no se piense que estos últimos eran jóvenes todos. No, de ninguna manera. Eran ya grandes. Dos de la “Tercera Edad”, por no decir viejos, y otros tres, personas maduras (o como le oí decir a alguien: “formando parte de las fuerzas juveniles del INSEN”, ja, ja, ja).
La juventud es una muy buena etapa de la vida, pienso yo. Tan buena es, que en ella se definen mejor los sueños y se empiezan a sentar las bases para construirlos, para hacerlos realidad. En la juventud nos sentimos (y estamos) vigorosos, somos hermosos, reímos mucho y, también, sufrimos, a veces mucho (bueno, eso se cree, por causas de lo más absurdas). También en esta etapa la osadía nos lleva a experimentar emociones, caminos, intenciones que pudieran resultar peligrosos, y también pensamos que no nos pasará nada. ¡Qué equivocación! Somos tanto o más vulnerables precisamente por nuestra inexperiencia.
Obvio, estos pensamientos generalizan. Hay jóvenes que se las ven muy “negras” porque carecen de oportunidades no sólo escolares, sino también económicas y familiares. Y no se diga a nivel salud.
Al menos mi entorno se mueve en la primera generalización: una vida tranquila, resuelta en muchos aspectos y que aunque tiene sus lados malos, éstos no son tan malos. Ya que los adultos alrededor están ahí para suavizar cualquier caída, para ayudar a levantarse, para solventar cualquier necesidad en la medida de lo posible.
La juventud es sólo una etapa de la vida “que se cura con el tiempo”, según decía un viejo.
Pero no estoy de acuerdo en eso porque ser joven, según ese hombre, implicaba solamente tener cierta cantidad de años. Y rebasados estos años, pues se pasa a otra edad, la que sigue, la adultez. Y ya. Y luego, a la siguiente etapa. Y así, hasta la última etapa que se llama muerte.
No estoy de acuerdo por un hecho simple: no hay necesidad de ser joven para soñar, atreverse, equivocarse y volver a empezar. Juventud, por tanto no es nada más unos pocos años (más de veinte, ¿menos de 30?). Juventud es soñar y pensar que se pueden hacer las cosas. Por lo tanto, pensar, decir, que la juventud son o fueron los mejores años puede ser realmente una tontería. Porque los mejores años son cada uno de los que vivimos.
Y me pongo a pensar ahora en las desventajas de la juventud:
1ª: la falta de experiencia
2ª: en algunos ambientes familiares, tener que pedir permiso
3ª: tener que aguantar regaños
4ª: no tener dinero y, cuando se tiene, decir en qué se gasta
5ª: tener que ir a la escuela (no importa el nivel)
6ª: soportar a algunos miembros de la familia, diario
7ª: ___________________________________________ (escribe en la línea lo que creas que falta)
Ya Rubén Darío escribía en su “Canción de Otoño en Primavera”:
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer…


Lee más sobre el mismo tema en:
www.namabaga.blogspot.com , www.elclarodelaluna.blogspot.com
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ASALTO DE CHAPULTEPEC

Heriberto Frías*
(Septiembre de 1847)
La batalla del Molino del Rey [8 de septiembre] demostró plenamente todo el poder de resistencia de que eran capaces las tropas mexicanas, dirigidas con acierto, entereza y valor… Jornada fue aquella que costó al enemigo torrentes de sangre y varios elementos de guerra, sin lograr obtener las ventajas que merecían semejantes sacrificios.
…………………………………………
Mas si para el enemigo esta jornada fue costosa, para nosotros tuvo un efecto moral decisivo, produciendo el mayor desencanto en la población de la capital, estremecida dolorosamente por esta catástrofe, no obstante que el general Santa Anna la hizo celebrar como un triunfo, con repiques y dianas…
¡Quería el general en jefe arrojar velos de apoteosis triunfales a sus postreros descalabros!
Y pensar que todavía el día 7, en la misma víspera, se convirtió en paseo y regocijamiento público la extensión que ocupaba el oeste de Chapultepec, los molinos, la Casa Mata, y calzadas Anzures y la Verónica. Pensar que de nuevo, después de tan inauditos desastres había sonreído la esperanza de victoria, tanto que la muchedumbre frenética de entusiasmo patriótico saludó a Santa Anna con gloriosos vivas, redoblando con el griterío universal las sonoras cajas de guerra, los repiques de las campanas y el rimar flamígero, vibrante y bélico de cien trompetas y clarines. Triste apoteosis militar de aquel hombre siniestro que tanto había ido amontonando pesadumbres y atroces infortunios sobre la Patria
¡Traición! ¡Traición! ¡Traición!
Resurgía la fatídica palabra…
¿Por qué no habría cargado la caballería?, se preguntaban peritos y profanos en el arte de la guerra…
…………………………………………
Al amanecer del día 12 [de septiembre], las baterías americanas rompieron sus fuegos sobre el bosque y el castillo, produciendo espantosos estragos, y después de que aquéllas rectificaron sus punterías pudieron al fin enviar con el más terrible éxito, sus cohetes a la Congreve, sus granadas y sus bombas de hierro…
Chapultepec apenas estaba defendido por ligeras obras de fortificación: en el exterior un hornabeque en el camino que va a Tacubaya. En la puerta de la entrada oriental: un parapeto, y en la cerca débil e impropia como defensa militar… se construyó una flecha, abriéndose en torno un foso de 7 metros de profundidad. Éste debía rodear todo el bosque; pero semejante obra, como otras muchas… no quedó terminada, y apenas si se colocaron unos tablones y morillos cavándose alrededor unas cortaduras entre zanja y zanja…
El recinto del edificio pomposamente llamado Castillo, se rodeó en gran parte con parapetos de sacos a tierra y revestimentos de madera, ramajes y adobes, blindándose los techos que cubrían los dormitorios del Colegio Militar y los principales depósitos.
Apenas 7 piezas de artillería defendían esta posición tan descuidada, en suma, por Santa Anna: dos de a veinticuatro, una de a ocho, tres de campaña de a cuatro y un obús de a sesenta y ocho.
Era el jefe del punto el ilustre y benemérito general don Nicolás Bravo, quien tenía como segundo al general Mariano Monterde, contando con una guarnición de tropas bisoñas y desmoralizadas, que a la hora del conflicto sumaban unos 800 hombres los que se distribuyeron en las obras del bosque y en la propia defensa del edificio, en lo alto del cerro.
En vano el general Bravo hizo ver a Santa Anna lo peligroso que era abandonar la posición al cuidado de tropas reducidas y de mala calidad (contingente de reclutas indígenas de varios estados) a los que no se supo o no se pudo, o tal vez no se quiso, ni se intentó, hacer penetrar en sus conciencias la fe patriótica, enderezando el viejo temple heroico de su raza hacia el denuedo provechosísimo de una gran resistencia ante el invasor.
Al amanecer del día 12, las baterías americanas principiaron el bombardeo sobre el bosque y el llamado Castillo, contestando sus fuegos muy escasamente nuestra pobre artillería.
…..y durante todo el día cayó sobre Chapultepec una lluvia de granadas, bombas y cohetes a la Congreve, produciendo estragos espantosos en el material de las fortificaciones y en la escasa tropa que las guarnecía. Hubo necesidad de retirar gran parte de ella para que no sufriera impunemente tan mortífero fuego, colocando tras del cerro, hacia el oriente, a todos los defensores que no pertenecían a la artillería y a los no empleados en las obras de defensa…
En la noche, mientras, el general Nicolás Bravo urgía con desesperación, como ya indicamos, porque se reforzaran las tropas de su mando con parte de las reservas intactas que Santa Anna llevaba de un extremo a otro de la ciudad y sus contornos,…
Apenas se inició la terrible noche del 12 al 13…
A última hora se efectuaron las reparaciones más urgentes, aprovechando las tinieblas, no sin que entre tanto desertaran reclutas, indígenas incapaces de comprender la trascendencia y la ignominia de su acción frente al enemigo, atribulados y desmoralizadísimos como estaban, y sobre todo sin que hubieran surgido voces inteligentes y patrióticas que les hiciesen luz en sus pobres cerebros ensombrecidos.
Algo reanimó al general abatimiento en aquella noche: la presencia, a lo lejos, de una fuerza del Estado de México que llegaba a reforzar las del valle, al mando del mismo gobernador don Francisco M. Olaguíbel,…
Mas, por desgracia, se repitieron las mismas, las eternas faltas de esta lamentable campaña. Hubo órdenes y contraórdenes del general presidente; fatigóse a la tropa sin resultado práctico…
Para cooperar a la defensa del Castillo, se dispusieron en la falda del cerro, por la parte oeste que era entonces la más accesible, una fogatas de barrenos de pólvora, que no llegaron a encenderse por no bajar a tiempo el teniente de artillería encargado de hacerlas estallar.
Al amanecer del día 13, el enemigo principió más activo que el día anterior, desde las posiciones de Molino del Rey y la batería del sur. A la seis de la mañana, el general Bravo comunicó al ministro de la Guerra la deserción de gran parte de sus tropas desmoralizadísimas por los estragos y sangre que causara la artillería enemiga, encareciendo la necesidad de que se cambiara su fuerza por cualquier otra en diferentes circunstancias. Santa Anna insistió en no enviarle auxilio alguno hasta la hora del asalto.
………………………………………… Los norteamericanos avanzaron con resolución, haciendo a trechos certeras descargas de rifle sobre los parapetos del bosque donde nuestros escasos soldados respondieron con su fusilería a los gritos de ¡viva México! Al llegar a ellos se trabó su desesperada refriega al arma blanca, mas los defensores fueron arrollados por el impulso de aquella masa superior erizada de bayonetas penetrando al bosque las columnas En estos instantes el general Santa Anna, no obstante el último aviso apremiante de Bravo, se contentó con enviar por todo refuerzo al Castillo, al batallón de San Blas al mando del bizarro teniente coronel Santiago Xicoténcatl.
Esta fuerza no tuvo tiempo de subir al Castillo;…
Y he ahí a Santa Anna dando órdenes y contraórdenes a sus fuerzas de reserva, mandándolas de un lado a otro, inútilmente, mientras el verdadero asalto sobre el Castillo desarrollaba en el bosque espantosa tragedia de sangre y fuego; mientras el batallón de San Blas, rodeado por enemigos superiores caía épicamente al pie del cerro, muriendo la mayor parte de sus oficiales y soldados, lo mismo que su valiente jefe,… Bajo la alta bóveda de los viejos ahuehuetes, en medio de una aureola de fuego, nubes de pólvora, relámpagos de sables y bayonetas, cae el héroe envuelto en su bandera atravesado por veinte balas, gritando: ¡Viva México!
El enemigo subió por la rampa y por las partes practicables, aprovechándose de las asperezas, rocas y arbustos del cerro, para hacer fuego tras ellos, en tanto que de las defensas que rodeaban al Castillo brotaban las descargas de sus defensores, deteniendo a los asaltantes. Reforzados éstos por nuevas tropas […], todavía encontraron heroica resistencia en los alumnos del Colegio Militar, quienes tuvieron la gloria espléndida de hacer morder el polvo al invasor en aquella jornada.
Estos no obstante la orden de retirarse que les había dado el general Bravo, prefirieron morir con honra; y desde que aparecieron a su alcance los enemigos, estuvieron haciendo fuego desesperadamente, y cuando cayó la mayor parte del Colegio, se retiraron con algunos soldados, al jardín que quedaba sobre el velador donde fueron hechos prisioneros.
Eterna es la gloria de aquellos niños héroes que admiraron al enemigo con su entereza de bronce, honrando la bandera de su patria y sellando con luz del sol —luz roja de crepúsculo trágico, luz roja como su sangre— la leyenda del augusto Chapultepec.
Murieron defendiendo el último reducto del Colegio Militar los siguientes alumnos cuyos nombres no debemos olvidar nunca: Teniente Juan de la Barrera y los subtenientes Francisco Márquez, Fernando Montes de Oca, Agustín Melgar, Vicente Suárez y Juan Escutia; y siendo heridos el subteniente Pablo Banuet y los alumnos de fila Andrés Mellado, Hilario Pérez de León y Agustín Romero. Quedaron prisioneros con el general Monterde, director del Colegio, los capitanes Francisco Jiménez y Domingo Alvarado; los tenientes Manuel Alemán, Agustín Díaz, Luis Díaz, Fernando Poucel, Joaquín Argaiz, José Espinosa y Agustín Peza, y los subtenientes Miguel Poucel, Ignacio Peza y Amado Camacho, con el sargento Teófilo Nores, el cabo José Cuellas, el tambor Simón Álvarez, el corneta Antonio Rodríguez, y 37 alumnos de fila.
Tomado el Castillo, hecho prisionero su jefe, el general Bravo, llegaron nuevas fuerzas americanas a la posición,…
El enemigo quedó pues, nuevamente victorioso en estos últimos combates, no sin que su triunfo le costara sangrientos sacrificios, perdiendo la quinta parte de su fuerza, dejando bajo las hermosas enramadas de Chapultepec ensangrentada, muerta o herida la flor magnífica de su oficialidad.
Y también quedaron bajo el antiguo bosque de Moctezuma y Nezahualcóyotl, aquellos radiantes jóvenes mexicanos, alumnos del Colegio Militar, eternamente glorioso en los anales patrios, sucumbiendo en la refriega heroica, de cara al deber mirando al cielo.

*Fragmento de La Guerra contra los gringos de Heriberto Frías, quien nació en la ciudad de Querétaro, en 1870. Frías fue miembro del ejército en la época de Porfirio Díaz. Hombre sensible y de vocación literaria, escribió, entre otras cosas, una crónica: Tomóchic… Una vez fuera del ejército porfirista Heriberto Frías se dedicó al periodismo de oposición. Posteriormente participó en la Revolución Mexicana. Murió en 1925

martes, 11 de septiembre de 2007

HAY OTRA OPCIÓN

La Sra. Aurelia trabajaba de sirvienta (mucama, doméstica, criada, chacha, auxiliar, fámula) en mi casa.
Tenía esposo, al que le decía ‘el Borracho’. Tenía tres hijas, Ma. Elena, Glafira y Elvira, quienes venían a casa a jugar con nosotros cada vez que se podía y que no era muy seguido, por cierto. Brincábamos la reata, jugábamos canicas o encantados, corríamos con el perro, nos subíamos a las bardas, pateábamos la pelota y muchas cosas más. Y eso nos hacía reir mucho.
La Sra. Aurelia nos contaba también su vida: había sido hija de un ranchero que tenía tierras y ganado. Sus padres, como quien dice ‘las podían’. Pero ella se enamoró de uno de los peones y a pesar de las negativas de sus padres se casó con él cambiando así su regalada vida por una de pobrezas y sufrimientos ya que el hombre, no sé por qué, le dio mala vida.
La Sra. Aurelia hacía en mi casa aquel trabajo que no se ve, que no se aprecia, pero que hace que la familia viva a gusto, el trabajo doméstico: limpiaba, ayudaba en la cocina y las recámaras, recogía la ropa, nos servía la comida y también nos platicaba cosas o nos daba pequeños consejos para hacer nuestra vida más fácil. Ella nos decía que si dolía la cabeza, había que ponerse unos chiquiadores de ruda; si hacíamos corajes se tenía que comer un bolillo (¿o sólo el migajón?..., ya no me acuerdo) y tomar después un té de boldo para quitar lo amargo; si una mujer ‘estaba en sus días’ había que tomar un té de orégano, ¡y tantas cosas más!
Ahora lo pienso, cuánta sabiduría en una sola y sencilla mujer.
Además, cuando se ponía a cocinar y más cuando cocía los nopales, les hacía la señal de la cruz, para que quedaran buenos y verdecitos. Y también decía “en el nombre sea de Dios” cuando en nuestra curiosidad le pedíamos que nos enseñara a sembrar las semillas de las naranjas, manzanas o duraznos que nos comíamos. “Pero no lama las semillas, niña”, me decía, “porque si no, ya no sale la plantita”.
La Sra. Aurelia nos llamaba a todos ‘niños’ y luego decía nuestro nombre, aunque ya de niños no teníamos nada. Y al dirigirse a mis papás les decía ‘señor’, ‘señora’ con mucho respeto y muy lejos del servilismo.
Un día en la cocina estábamos la Sra. Aurelia y yo. Ella terminaba de hacer la limpieza de una alacena y yo, nada más la miraba. Platicábamos. No sé por qué, no me acuerdo, me preguntó que cuándo me iba yo a casar. Yo le contesté que no sabía. “¿Pues qué no tiene con quién?” “No”, yo le contesté, “pero no me importa. Ya habrá alguien”. Ella dejó de hacer lo que hacía y me dijo: “No niña, búsquese a alguien con quien casarse. No se vaya a quedar sola. Eso sería muy feo. La soledad es muy fea, niña. Hágame caso”. Lo único que yo contesté fue que ya habría tiempo para pensar en ello. Y ella me repitió: “Búsquese a alguien y cásese. La soledad es muy fea”, y siguió haciendo su limpieza.
Yo me paré de donde estaba y empecé a dar vueltas en la cocina. Iba de aquí para allá. Ella, seguía en lo suyo. Pensaba en lo que me había dicho. “Oiga, Sra. Aurelia, ¿por qué me dice usted eso?”
Ella no volteó a verme, y sin dejar de hacer las cosas me repitió: “La soledad es muy fea, niña… ¡Cásese! Búsquese un hombre que le haga compañía, tenga sus hijos. Y así no se quedará solita.”
Yo, la verdad, me quedé intrigada. ¿A qué venía tanta insistencia? ¿Por qué tanta vehemencia? Y le seguí preguntando. Ella sin dejar de hacer sus cosas, me repetía lo mismo.
Yo entonces le dije: “Oiga, señora, cómo me dice eso, si a usted no le ha ido tan bien que digamos en su matrimonio. No entiendo.”
Y ahí fue cuando ella se paró, me vio de frente, y muy decidida me dijo: “Niña, a ver, dígame, pero contésteme con la merita verdad ¿No dicen que las mujeres que no se casan son unas ‘quedadas’? Yo no quiero eso para usté. Y ¿sabe por qué lo dicen? Pues porque se quedan a vestir santos. Y yo creo que eso es muy feo. Por eso le digo que se busque un hombre…. A ver, contésteme, qué prefiere, ¿vestir santos o desvestir borrachos?”
Yo solamente contesté: “Ni una cosa ni la otra. Creo que debe haber otra opción”.
Ella se volteó y siguió haciendo su quehacer.

domingo, 9 de septiembre de 2007

GLADIADORES

A primera hora de la mañana empezaron a llegar al anfiteatro grandes y pequeños grupos de gladiadores, a las órdenes de maestros, llamados lanistae. Para evitar la fatiga, entraban desarmados, muchos de ellos completamente desnudos, llevando verdes ramas en las manos, o coronados de flores, y a la luz de la mañana aparecían todos jóvenes, hermosos y llenos de vida.

"Sus cuerpos lustrosos de aceite de oliva, eran fuertes y recios, como si hubieran sido tallados en mármol, y causaban la delicia de aquellas gentes, enamoradas de la belleza de las formas. Muchos eran conocidos por el pueblo; así, pues, a cada momento se escuchaban voces: "¡Salud Furnio! ¡Salud, Leo! ¡Máximo! ¡Salud, Diómedes!" Las doncellas les miraban con ojos llenos de ternura. Ellos, a su vez, se fijaban en las más bellas y se dirigían a ellas en tono festivo, como si ninguna preocupación pesara sobre ellos, y les enviaban besos o exclamaban:
-- ¡Dame un abrazo tú, antes que me lo dé la muerte!
"Y desaparecían por las puertas , cuyos dinteles muchos de ellos no volverían ya a salvar.
"Y los que iban llegando ocupaban, por turno, la atención de las multitudes.
"Detrás de los gladiadores venían los mastigophori, esto es, hombres armados de látigos, y uno de cuyos oficios era azotar y azuzar a los combatientes.
"Luego aparecieron las mulas, que venían tirando en dirección al spolarium filas enteras de vehículos, en los que había rimeros de ataúdes de madera. La vista de éstos llenó de alborozo a la multitud deduciendo, por el número de ataúdes, la grandeza que asumiría el espectáculo.
"Detrás de los carros marchaban los hombres cuyo oficio era rematar a los heridos; vestían trajes de Carontes* o de Mercurios. Después iban los encargados de conservar el orden en el circo y los acomodadores; luego los esclavos que hacían circular bebidas y alimentos, y, por último, los pretorianos, a quienes el César tenía siempre cerca de su persona en el anfiteatro.
"Por fin se abrieron los vomitoria y la plebe se precipitó al interior...
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"Finalmente hizo su entrada el prefecto de la ciudad, rodeado de su guardia, y después de él, y en línea no interrumpida, las literas de los senadores, cónsules, pretores, ediles, funcionarios del gobierno y de palacio, oficiales pretorianos, patricios y damas lujosas.
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"Para dar principio al espectáculo se esperaba tan sólo al César, que, no queriendo hacer esperar mucho al pueblo, cuyo favor deseaba ganarse, llegó pronto, acompañado de Augusta y de los augustanos...
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"La multitud conversaba en alta voz, se interpelaban unos a otros, cantaban, reían de cualquier dicho ingenioso, que circulaba de boca en boca, o pateaban impacientemente a fin de que empezara cuanto antes el espectáculo... Entonces, el prefecto de la ciudad... hizo con el pañuelo una señal, acogida por todo el anfiteatro con una "¡Ah, ah, ah!...", en que prorrumpieron millares de voces.
"De ordinario, estos espectáculos principiaban con una caza de bestias feroces,...
"Empezaron, pues, los juegos con los andabates. Se llamaba así a los gladiadores que llevaban yelmos cerrados, sin abertura alguna por los ojos, y que, por consiguiente, lidiaban a ciegas. Unos cuantos efectuaron su entrada en el circo y comenzaron luego a hacer molinetes con las espadas, los mastiggophori les azuzaban, empujándoles unos hacia otros con largas perchas, a fin de ponerles en contacto.La parte más selecta del público miraba con desdeñosa indiferencia este espectáculo, pero a la plebe divertían los movimientos desairados de los combatientes. Y cuando sucedía, por ejemplo, que se encontraban de espaldas, prorrumpía el público en grandes risas y exclamaban muchos: “¡A la derecha! ¡A la izquierda! ¡De frente!” Y, a menudo, les engañaban deliberadamente. No obstante, luego se formaron varias parejas de combatientes y la lucha empezó a revestir sangrientos caracteres.Los lidiadores más esforzados arrojaban lejos sus escudos y, tomándose el uno al otro con la mano izquierda, a fin de no volver a separarse, luchaban con la otra mano hasta morir. Todo el que caía alzaba los dedos e imploraba gracia por medio de ese signo; pero el público, al principio del espectáculo, acostumbraba a pedir la muerte para los heridos, especialmente cuando se trataba de andabates, que llevaban oculto el semblante y eran desconocidos.






Fue disminuyendo por grados el número de combatientes, y cuando, por fin, sólo quedaron dos se les empujó el uno hacia el otro a fin de que trabaran lucha; cayeron ambos en la arena y se apuñalaron recíprocamente. Luego, a los gritos de: Peractum est! se llevaron los sirvientes los cuerpos, y un grupo de muchachos acudió con unos rastrillos, hizo desaparecer las manchas de sangre de la arena, esparciendo a continuación sobre ella hojas de azafrán.
"Y ahora empezaba la segunda parte con una lucha más importante y que despertaba no solamente el interés de la plebe, sino también de las gentes de buen gusto: durante ella, los jóvenes patricios hacían, a veces, apuestas enormes, perdiendo a menudo, cuanto poseían.De mano en mano iban pasando tablas, en las que se escribía los nombres de los favoritos, como asimismo la cantidad de sestercios que cada uno apostaba por su campeón predilecto.
"Los spectate ─es decir, los campeones que se habían presentado antes en la arena y obtenido en ella triunfos─ eran los que contaban con mayor número de partidarios; pero entre los apostadores había también unos que arriesgaban sumas considerables poniéndose de parte de gladiadores nuevos y no conocidos aún, con la esperanza de ganar sumas inmensas si obtenían éstos la victoria.
"El mismo César apostaba; y apostaban los sacerdotes, las vestales, los senadores y los caballeros, y apostaba el populacho. Y entre la plebe, cuando llegaba a faltarles el dinero, solían apostar hasta su propia libertad. Seguían con el corazón palpitante, e incluso con temor, las peripecias de aquellos combates, y más de uno, entretanto, hacía votos en alta voz a los dioses a fin de alcanzar protección para su favorito.
"Así es que cuando se escuchó el agudo son de las trompetas se hizo en el anfiteatro un profundo silencio expectante. Miles de ojos se dirigieron hacia las grandes cerraduras de una puerta, a la que se acercó un hombre vestido de Caronte*, y, en medio del universal silencio, dio en ella tres golpes con un martillo, como si de esa manera convocase a la muerte a los que se encontraban detrás de dicha puerta.Entonces, las dos hojas de ésta se abrieron y dejaron ver una especie de oscuro foso del que empezaron a brotar gladiadores, que iban entrando en la brillante arena. Avanzaban en divisiones de veinticinco individuos: tracios, mirmilones, samnitas, galos. Todos venían separados por nacionalidades, y todos pesadamente armados.
"Por último entraron los retiarii, llevando una red en una mano y un tridente en la otra. A su vista estallaron por todas partes los aplausos, que pronto se convirtieron en una inmensa y no interrumpida tempestad. Desde arriba hasta abajo se veían rostros encendidos, manos que batían palmas y bocas abiertas, de las que brotaban aclamaciones estruendosas.
"Los gladiadores dieron la vuelta a la arena con paso firme y flexible, hermosos con sus brillantes armaduras y sus ricos trajes, haciendo luego alto delante del podium del César, soberbios, tranquilos y espléndidos.El toque penetrante de un cuerno puso término a los aplausos.
"Los lidiadores, entonces, extendieron hacia arriba la mano derecha, alzaron la cabeza a la vista del César y empezaron a gritar, o, mejor dicho, a cantar con voz lenta la siguiente salutación:
Ave, Caesar ImperatorMorituri te salutant!" (1)


*Caronte, barquero del Infierno, cuya misión es transportar las almas de los difunto a través de la laguna Estigia
1) ¡Salve, Emperador y César! ¡Los que van a morir te saludan!
de QUO VADIS?, Henryk Sienkiewikz; polaco; pags. 785-787, 796-799






jueves, 6 de septiembre de 2007

SOLEDAD


GIBRAN JALIL GIBRAN
Poeta, filósofo y artista, nació en 1883 en el Líbano, una tierra que ha producido muchos profetas. Su fama y su influencia se esparce más allá del Oriente Próximo. Su poesía se ha traducido a más de veinte idiomas y sus dibujos y pinturas se han expuesto en las grandes capitales del mundo.
En los Estados Unidos, que él hizo su hogar durante veinte años de su vida, comenzó a escribir en inglés.
"El Profeta" (1923) y sus otros libros de poesía, ilustrados con sus dibujos místicos, son conocidos por innumerables personas en todo el mundo, quienes encuentran en ellos una expresión de los impulsos más profundos del corazón y de la mente humana.
Murió en 1931.
De este poeta transcribo "La Soledad" de su libro El Jardín del Profeta:

LA SOLEDAD

Y una noche, cayó una gran tormenta, y Almustafá y sus discípulos, entraron a sentarse alrededor del fuego. Permanecieron callados.
Luego, uno de los discípulos dijo:
"Estoy solo Maestro. Los cascos de las horas golpean pesadamente sobre mi pecho":
Y Almustafá se puso de pie, en medio de ellos, y dijo con una voz semejante a la del huracán:
"¡Solo! ¿Y qué hay de mal en eso? Viniste solo, y solo volverás a la niebla.
"Por lo tanto bebe tu copa solo y en silencio. Los días del Otoño han dado a otros labios otras copas, y las llenaron con vino agridulce, tal como han llenado la tuya.
"Bebe tu copa solo, así tenga el sabor de tu sangre y de tus lágrimas, y alaba a la vida por el don de la sed. Porque sin sed, tu corazón no sería sino la playa de un mar estéril: sin canto y sin marea.
"Bebe tu copa solo, y bébela con alegría.
"Levántala por encima de tu cabeza y bebe ávidamente a la salud de los que beben solos.
"Una vez busqué la compañía de los hombres, me senté a su mesa y bebí intensamente; pero su vino no subió a mi cabeza ni fluyó dentro de mi pecho; sólo bajó a mis pies. Mi sabiduría quedó seca y mi corazón sellado, y sólo mis pies los acompañaron en sus tinieblas.
"Y no busqué más la compañía de los hombres, ni bebí más con ellos.
"Por lo tanto te digo, aunque los cascos de las horas golpeen pesadamente sobre tu pecho, nada importa. Es bueno que bebas solo tu copa de tristeza, y también solo tu copa de alegría".
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