Dubito, ergo cogito, ergo sum
Descartes






jueves, 27 de septiembre de 2007

LO QUE TE HACE SONREIR

No me pregunten cómo.
El caso es que hice los arreglos y me fui a Paris, al Museo del Louvre, pagué mi entrada y corrí hasta donde estaba el cuadro de la Mona Lisa.
Me paré enfrente de él, lo ví a través de su vidrio blindado e hice, mentalmente, lo que me habían dicho. Fui moviéndome lentamente hacia adelante y llegué tan cerca al vidrio que el guardia que custodia la imagen se acercó a mi y me dijo en francés, obvio, que no podía yo acercarme más. Yo nada más le contesté, en español, que no entendía y él, amablemente, hizo un ademán que interpreté como que me tenía que hacer hacia atrás, retirarme.
A mi me dijeron que si quería obtener lo que quería, no le hiciera caso. Y me quedé ahí, sin moverme
Repitiendo su ademán, me invitó a hacerme para atrás.
En ese momento dije la palabra y, en un abrir y cerrar de ojos, todo cambió a mi alrededor: muebles, sonidos, luces, olores. Me quedé parada, ésa era la instrucción y esperé.
Un hombre joven, vestido a la usanza de la Italia renacentista se acercó a mi y me preguntó quién era yo. Yo contesté lo que me habían indicado, y en italiano, por supuesto. Él me llevó a otra habitación y ahí me ofreció asiento y me pidió que esperara. Yo me senté y empecé a mirar todo...
¡Sí, era cierto! Estaba yo en el estudio del pintor autor de ese famoso retrato. Todo lo que había yo hecho para conseguir ese viaje en tiempo y espacio había valido la pena: estudiar italiano, saber hablar sin titubeos, estudiar pintura y técnicas de la época, aprender a no preguntar más de lo necesario (pues se lleva el riesgo de alterar la historia). Todo lo había yo hecho porque algo me intrigaba: No eran lo ojos de esta enigmática mujer, ni su teatralidad en la vestimenta, ni su hermosas manos, o la pose del cuerpo respecto a la cabeza, ni el paisaje, ni siquiera el "sfumatto"; me intrigaba su sonrisa. Y sólo iba yo a preguntar eso: ¿Qué es lo que te hace sonreir?
Todos los arreglos hechos por mucho, mucho tiempo, eran para saber solamente eso. Y ya estaba yo ahí. Ya podría preguntar.
Pude pasar entonces. Ella me miró, pues sabía a que iba, y extendiendo su mano derecha me invitó a acercarme a ella. Me saludó. Yo respondí de la manera como me habían dicho que lo hiciera e hice la pregunta: Puó dirme per ché sorride?
Ella, seria primero y luego, frunciendo la comisura de sus labios, me invitó a acercarme un poco más, tanto, que susurró en mi oído derecho la respuesta.
Otros escriben sobre el mismo tema. Léelos y sonríe:
http://www.itaka666.blogspot.com/

4 comentarios:

Al6665 dijo...

:O uno de los más grandes misterios del arte...

Me fascino, gracias!

Tu Gitana dijo...

ahhhhh... yo quiero saber qué susurró!!!... me encantó tu relato, saludos.

Orizschna dijo...

Buen motivo para sonreir.
Saludos!

Itaka dijo...

YO QUIERO SABER POR QUE NO ME PUSISTE EN TU RELATO ¿O QUE; NO TE ACUERDAS QUE ESO PASÓ HACE ALGUNOS MESES?

AH!!! EL VIAJE A FRANCIA!!! CÓMO OLVIDARLO!!