Dubito, ergo cogito, ergo sum
Descartes






domingo, 9 de septiembre de 2007

GLADIADORES

A primera hora de la mañana empezaron a llegar al anfiteatro grandes y pequeños grupos de gladiadores, a las órdenes de maestros, llamados lanistae. Para evitar la fatiga, entraban desarmados, muchos de ellos completamente desnudos, llevando verdes ramas en las manos, o coronados de flores, y a la luz de la mañana aparecían todos jóvenes, hermosos y llenos de vida.

"Sus cuerpos lustrosos de aceite de oliva, eran fuertes y recios, como si hubieran sido tallados en mármol, y causaban la delicia de aquellas gentes, enamoradas de la belleza de las formas. Muchos eran conocidos por el pueblo; así, pues, a cada momento se escuchaban voces: "¡Salud Furnio! ¡Salud, Leo! ¡Máximo! ¡Salud, Diómedes!" Las doncellas les miraban con ojos llenos de ternura. Ellos, a su vez, se fijaban en las más bellas y se dirigían a ellas en tono festivo, como si ninguna preocupación pesara sobre ellos, y les enviaban besos o exclamaban:
-- ¡Dame un abrazo tú, antes que me lo dé la muerte!
"Y desaparecían por las puertas , cuyos dinteles muchos de ellos no volverían ya a salvar.
"Y los que iban llegando ocupaban, por turno, la atención de las multitudes.
"Detrás de los gladiadores venían los mastigophori, esto es, hombres armados de látigos, y uno de cuyos oficios era azotar y azuzar a los combatientes.
"Luego aparecieron las mulas, que venían tirando en dirección al spolarium filas enteras de vehículos, en los que había rimeros de ataúdes de madera. La vista de éstos llenó de alborozo a la multitud deduciendo, por el número de ataúdes, la grandeza que asumiría el espectáculo.
"Detrás de los carros marchaban los hombres cuyo oficio era rematar a los heridos; vestían trajes de Carontes* o de Mercurios. Después iban los encargados de conservar el orden en el circo y los acomodadores; luego los esclavos que hacían circular bebidas y alimentos, y, por último, los pretorianos, a quienes el César tenía siempre cerca de su persona en el anfiteatro.
"Por fin se abrieron los vomitoria y la plebe se precipitó al interior...
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"Finalmente hizo su entrada el prefecto de la ciudad, rodeado de su guardia, y después de él, y en línea no interrumpida, las literas de los senadores, cónsules, pretores, ediles, funcionarios del gobierno y de palacio, oficiales pretorianos, patricios y damas lujosas.
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"Para dar principio al espectáculo se esperaba tan sólo al César, que, no queriendo hacer esperar mucho al pueblo, cuyo favor deseaba ganarse, llegó pronto, acompañado de Augusta y de los augustanos...
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"La multitud conversaba en alta voz, se interpelaban unos a otros, cantaban, reían de cualquier dicho ingenioso, que circulaba de boca en boca, o pateaban impacientemente a fin de que empezara cuanto antes el espectáculo... Entonces, el prefecto de la ciudad... hizo con el pañuelo una señal, acogida por todo el anfiteatro con una "¡Ah, ah, ah!...", en que prorrumpieron millares de voces.
"De ordinario, estos espectáculos principiaban con una caza de bestias feroces,...
"Empezaron, pues, los juegos con los andabates. Se llamaba así a los gladiadores que llevaban yelmos cerrados, sin abertura alguna por los ojos, y que, por consiguiente, lidiaban a ciegas. Unos cuantos efectuaron su entrada en el circo y comenzaron luego a hacer molinetes con las espadas, los mastiggophori les azuzaban, empujándoles unos hacia otros con largas perchas, a fin de ponerles en contacto.La parte más selecta del público miraba con desdeñosa indiferencia este espectáculo, pero a la plebe divertían los movimientos desairados de los combatientes. Y cuando sucedía, por ejemplo, que se encontraban de espaldas, prorrumpía el público en grandes risas y exclamaban muchos: “¡A la derecha! ¡A la izquierda! ¡De frente!” Y, a menudo, les engañaban deliberadamente. No obstante, luego se formaron varias parejas de combatientes y la lucha empezó a revestir sangrientos caracteres.Los lidiadores más esforzados arrojaban lejos sus escudos y, tomándose el uno al otro con la mano izquierda, a fin de no volver a separarse, luchaban con la otra mano hasta morir. Todo el que caía alzaba los dedos e imploraba gracia por medio de ese signo; pero el público, al principio del espectáculo, acostumbraba a pedir la muerte para los heridos, especialmente cuando se trataba de andabates, que llevaban oculto el semblante y eran desconocidos.






Fue disminuyendo por grados el número de combatientes, y cuando, por fin, sólo quedaron dos se les empujó el uno hacia el otro a fin de que trabaran lucha; cayeron ambos en la arena y se apuñalaron recíprocamente. Luego, a los gritos de: Peractum est! se llevaron los sirvientes los cuerpos, y un grupo de muchachos acudió con unos rastrillos, hizo desaparecer las manchas de sangre de la arena, esparciendo a continuación sobre ella hojas de azafrán.
"Y ahora empezaba la segunda parte con una lucha más importante y que despertaba no solamente el interés de la plebe, sino también de las gentes de buen gusto: durante ella, los jóvenes patricios hacían, a veces, apuestas enormes, perdiendo a menudo, cuanto poseían.De mano en mano iban pasando tablas, en las que se escribía los nombres de los favoritos, como asimismo la cantidad de sestercios que cada uno apostaba por su campeón predilecto.
"Los spectate ─es decir, los campeones que se habían presentado antes en la arena y obtenido en ella triunfos─ eran los que contaban con mayor número de partidarios; pero entre los apostadores había también unos que arriesgaban sumas considerables poniéndose de parte de gladiadores nuevos y no conocidos aún, con la esperanza de ganar sumas inmensas si obtenían éstos la victoria.
"El mismo César apostaba; y apostaban los sacerdotes, las vestales, los senadores y los caballeros, y apostaba el populacho. Y entre la plebe, cuando llegaba a faltarles el dinero, solían apostar hasta su propia libertad. Seguían con el corazón palpitante, e incluso con temor, las peripecias de aquellos combates, y más de uno, entretanto, hacía votos en alta voz a los dioses a fin de alcanzar protección para su favorito.
"Así es que cuando se escuchó el agudo son de las trompetas se hizo en el anfiteatro un profundo silencio expectante. Miles de ojos se dirigieron hacia las grandes cerraduras de una puerta, a la que se acercó un hombre vestido de Caronte*, y, en medio del universal silencio, dio en ella tres golpes con un martillo, como si de esa manera convocase a la muerte a los que se encontraban detrás de dicha puerta.Entonces, las dos hojas de ésta se abrieron y dejaron ver una especie de oscuro foso del que empezaron a brotar gladiadores, que iban entrando en la brillante arena. Avanzaban en divisiones de veinticinco individuos: tracios, mirmilones, samnitas, galos. Todos venían separados por nacionalidades, y todos pesadamente armados.
"Por último entraron los retiarii, llevando una red en una mano y un tridente en la otra. A su vista estallaron por todas partes los aplausos, que pronto se convirtieron en una inmensa y no interrumpida tempestad. Desde arriba hasta abajo se veían rostros encendidos, manos que batían palmas y bocas abiertas, de las que brotaban aclamaciones estruendosas.
"Los gladiadores dieron la vuelta a la arena con paso firme y flexible, hermosos con sus brillantes armaduras y sus ricos trajes, haciendo luego alto delante del podium del César, soberbios, tranquilos y espléndidos.El toque penetrante de un cuerno puso término a los aplausos.
"Los lidiadores, entonces, extendieron hacia arriba la mano derecha, alzaron la cabeza a la vista del César y empezaron a gritar, o, mejor dicho, a cantar con voz lenta la siguiente salutación:
Ave, Caesar ImperatorMorituri te salutant!" (1)


*Caronte, barquero del Infierno, cuya misión es transportar las almas de los difunto a través de la laguna Estigia
1) ¡Salve, Emperador y César! ¡Los que van a morir te saludan!
de QUO VADIS?, Henryk Sienkiewikz; polaco; pags. 785-787, 796-799






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