Dubito, ergo cogito, ergo sum
Descartes






sábado, 28 de octubre de 2006

HOY ME CAMBIÓ LA VIDA

De camino a casa, vi un par de cosas que llamaron mi atención:
1) una micro muy llena de gente
2) un par de vendedores de flores arreglando su mercancía para la venta
Cualquiera pudiera pensar que esto no es novedad en una ciudad como la nuestra. Todos los días vemos esto, me podrá decir cualquiera. Sí, contestaría yo, tienes razón.
Pero ¿Por qué se vuelve excepcional esto el día de hoy? Por la simple y sencilla razón de que es cosa de todos los días. Y resulta que la vida, así como va, se nos vuelve "demasiado rutinaria". No nos damos cuenta que cada una de las imágenes que vamos registrando en nuestro cerebro a través de todos nuestros sentidos se pueden volver excepcionales sólo de desearlo ¡y cambiar así el significado de nuestra existencia!
Ya he pensado que puede haber alguien que me diga que esto es buscarle "tres pies al gato" Pero yo contestaría. ¿No vale la pena hacerlo? ¿No vale la pena imprimirle a nuestra vida una nueva óptica a pesar de toda su cotidianeidad?
Hoy yo lo hice. Y ví cosas distintas: rostros, actitudes, sentimientos, objetos distintos..... En fin: hoy me cambió la vida. Para bien.

sábado, 7 de octubre de 2006

¿DÓNDE QUEDÓ?

"A la llegada de los trenes, en la estación de Querétaro, las ventanillas donde se asoman ojerosos pasajeros se inunda de ofertas persuasivas. Indios y mestizos pregonan zarcillos, aretes, anillos y vistosas colecciones de ópalos..."
Cuando leí esto en una hermoso libro de José Montes de Oca ("Retablos de Querétaro") pensé que esta imagen ya no existe. Ni en Querétaro, ni en la Ciudad de México ni en otra ciudad de la provincia. ¡Qué lástima! Porque el viaje en tren es una de las cosas que vale la pena experimentar con todo lo que eso supone.
Supongo que ya no viajamos en tren porque vivimos una vida demasiado rápida. tenemos que llegar pronto a donde vayamos, sin importar lo que invirtamos en ese intento. No me voy a cuestionar aquí por qué intentamos llegar rápido a todos lados. No se trata de eso. Se trata de recuperar esa parte de nuestra vida en la que debemos invertir tiempo: en nuestro disfrute personal de las cosas.
No niego la emoción de aventarse en bungee, de correr en coche a más de 100 km/hr en una vía verdaderamente despejada, en correr montado en la bici, en los patines o sobre nuestros pies "sintiendo" verdaderamente la velocidad (que es muy edificante).
Yo lo que quiero aquí recuperar es la lentitud y su vivencia.
Quiero hacer énfasis en el hacer las cosas despacio, disfrutándolas, viviéndolas, experimentándolas. y darles a estas "cosas que hacemos despacio" su justo valor.
Y el tren en México, en su lentitud, en su pararse a cada rato, en su checar en cada estación, en su curvas tomadas "no tan rápido" nos permite no sólo ver el paisaje sino también sentir la cadencia de lo bello, el sonido de lo repetitivo, la angustia del "¡creo que no vamos a llegar!"
También recupero esta parte de los arribos a cada estación, el estirar las piernas, el preguntar ¿ya llegamos? el desperezarse porque parece que al fin veremos otros paisajes y otras gentes y muchos vendedores que con su pregón y alegría nos invitan a disfrutar cosas nuevas, desde alimentos hasta objetos que nos pudieran adornar.
Sé que hay trenes turísticos en ciertas ciudades del interior de la República. Sé también que subirse a ellos es demasiado caro: esto es, no están hechos para que nosotros, gentes comunes y corrientes que habitamos este país nos subamos a ellos, porque nos va de por medio la mitad de nuestro salario ¡Qué pena!