Dubito, ergo cogito, ergo sum
Descartes






viernes, 10 de octubre de 2008

BUENAS NOTICIAS/MALAS NOTICIAS

De eso está hecha la vida.
De ires y venires. De alegrías y de tristezas. De encuentros y desencuentros. De amores. De odios. De risas. De seriedades. Y así podría yo enumerar hasta el infinito.
Mi ánimo no es de lo mejor el día de hoy, pero lucho contra mi misma para seguir adelante y poder vivir el momento, a todo lo que da, aún en estas circunstancias.
Con este ánimo, salí disparada porque oí el camión de la basura.
Tenía que tirarla, de eso estoy segura puesto que no tuve ánimos de levantarme temprano cuando oí al que barre las calles y luego a él le doy las bolsas (claro, propina de por medio) Pero hoy no lo hice.
La gripe no me lo permite.
Y pensé en estar al pendiente a la hora que pasara el camión recolector para sacar toda la basura acumulada en la semana. Pues tampoco lo hice.
Pero me asomé a la calle y ví algo que ya me alegró el día: los retoños en un árbol.
Son tres.
Pequeñitos, indefensos pero fuertes a la vez. En tonos rojos, verdes, morados que se atreven a desafiar a la vida y mostrarse tal cual son, libres. Y que al mismo tiempo me enseñan un hecho: que todo se renueva, que todo se acaba para dar paso a lo nuevo porque ése es su derecho: estar aquí como una demostración diaria del milagro de convertirse en lo bello.
¿Y por qué el gusto? Si es tan normal que los árboles retoñen.
Pues simplemente porque este árbol es especial para nosotros, para mi familia.
Creció con nosotros, fuera de mi casa, pero con nosotros.
Y creció tanto que se convirtió en un peligro para "la comunidad". Y fue cuando una comisión de vecinos decidió ponerse en guardia y se obstinó ante las autoridades delegacionales para que lo quitaran. Yo me opuse, pero con una sola vez que lo manifesté, comprendí que lo mejor era callarme. En fin, que los vecinos consiguieron lo que quierían: que el árbol fuera talado. Pero yo logré algo: que dejaran su base sin arrancar. Esto es, que dejaran un tronco como de medio metro de altura argumentando que serviría para que la gente llegara y se sentara en él ¡Imagínate lo ancho de su tronco! (como 1 metro de diámetro).
Pues eso lo hice pensando en que no era justo matar a un árbol que tanto había hecho por nosotros. Nosotros en este caso no sólo es mi familia: somos todos. E incluyo a los pajaritos, a los insectos. Y esto es lo que los humanos que habitamos en las ciudades no les agradecemos a los árboles de nuestros entornos. Y a cada planta que por ahí nace. No les agradecemos que podamos seguir respirando y como pago, como verdaderos vándalos, exigimos que se talen, que se arranquen sin piedad esos seres que nos ayudan a vivir y que ¡quién sabe qué cosas nos dijeran si pudieran hablar!
Lo importante es que los retoños ya están ahí. Ahora, habrá que cuidarlos para que crezcan y se hagan fuertes. Ya veremos.
Estaba yo en esas disertaciónes cuando se me comunicó una mala noticia: la muerte de un joven de 38 años, padre de dos hijos, activo, exitoso. Murió de un infarto en su casa. A la mitad de la noche. Simplemente se sintió mal, bajó a tomar una pastilla, y no volvió a su cama. Su esposa lo encontró muerto.
Y vuelvo al inicio de este post. La alegría de la vida ejemplificada en tres retoños se contrapone a la tristeza de la muerte en un joven, muy joven.
Y por ahí vamos, caminando, enfrentando nuestras contraposiciones.

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