s muy difícil, o más bien imposible poder encontrar en nuestros días una letra capitular, pues la mecanización de nuestros escritos casi las han eliminado de nuestros libros.
Ni siquiera las hacemos ya en cualquiera de nuestros apuntes, debido básicamente a la rapidez con que elaboramos éstos, cuando así lo hacemos.
En la Edad Media, había monasterios dedicados a la transcripción de libros, hechos sólo por algunos monjes que aparte de saber leer y escribir, copiaban e iluminaban las letras que iniciaban cada capítulo.
Para hacer esto no sólo se necesitaba el conocimiento de la lectura y escritura, sino también una serie de materiales, a veces, muy difíciles y caros de conseguir.
Papel, tintes vegetales o animales, pinceles de distintos calibres, un buen lugar iluminado, escritorios especiales, tiempo.
De ésas y otras cosas disponían aquéllos que dedicaban su vida a un solo oficio: hacer bello un libro.
Ni siquiera las hacemos ya en cualquiera de nuestros apuntes, debido básicamente a la rapidez con que elaboramos éstos, cuando así lo hacemos.
En la Edad Media, había monasterios dedicados a la transcripción de libros, hechos sólo por algunos monjes que aparte de saber leer y escribir, copiaban e iluminaban las letras que iniciaban cada capítulo.
Para hacer esto no sólo se necesitaba el conocimiento de la lectura y escritura, sino también una serie de materiales, a veces, muy difíciles y caros de conseguir.
Papel, tintes vegetales o animales, pinceles de distintos calibres, un buen lugar iluminado, escritorios especiales, tiempo.
De ésas y otras cosas disponían aquéllos que dedicaban su vida a un solo oficio: hacer bello un libro.
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