Dubito, ergo cogito, ergo sum
Descartes






jueves, 1 de noviembre de 2007

EL PEÓN DEL REY

El Rey Wilebaldo, de Navarra, tenía un perro muy querido al cual le puso por nombre "El Peón".
Éste no era un animal de raza. Era un perro nacido de quién sabe qué cruzas, pero que una vez visto por el monarca, lo recogió de la inmundicia en que vivía y lo llevó con él a su castillo.
Ahí fue bañado y acicalado. Le pusieron un collar de cuero y se ordenó que no lo ataran, como era costumbre en aquellos lugares.
Esto lo entendió El Peón, y cada vez que veía al Rey Wilebaldo salir, se le acercaba moviendo la cola con un gusto inenarrable. Saltaba, ladraba dando vueltas alrededor del señor feudal, le lamía las manos cuando él las acercaba, y lo miraba con ojos inquisitoriales subir a su caballo y partir. Y se quedaba ahí, parado, sin atreverse a seguirlo, sólo moviendo la cola.
Así permanecía por un rato y luego, se iba a su lugar y se echaba a dormir.
Siempre era así.
Cuando Wilebaldo se acercaba, El Peón levantaba las orejas y se ponía atento. Veía abrir los grandes portones de la fortaleza y empezaba a mover la cola, esperando ver entrar al hombre. Y vuelta a ladrar de gusto. Y vuelta a saltar y a intentar lamerle las manos cuando él las estiraba para agarrarlo ¡Cuánta alegría!
Siempre era así.
Un día Wilebaldo salió armado, más que de costumbre. Y salió con muchos hombres. El Peón se extrañó de ver tantos objetos juntos. Se hacía de un lado a otro intentando llegar a su querido amo. Pero lo reprendían. Él, de todas maneras, se las ingenió para llegar con Wilebaldo. Y de nuevo las fiestas.
Wilebaldo, esta vez, se arrodilló junto a él y, le besó la cabeza. El Peón se extrañó. Pero siguió moviendo su cola. Y vió partir a su amo. Y esperó, como siempre.
Pero esta vez esperó más días. Daba vueltas y vueltas y no escuchaba nada.
Hasta que oyó llegar a su amo. Bueno, al caballo en que su amo venía. Y empezó a ladrar de gusto, a saltar, y a intentar lamerle las manos cuando lo vió entrar. Pero esta vez, el amo no bajó del caballo.
Pero esta vez, las manos colgaban de manera muy rara en el flanco derecho del caballo. El Peón saltó para lamerlas. Lo hizo. Y no obtuvo respuesta. Wilebaldo llegó muerto.
El Peón, desde ese día, se paraba en la entrada de ciertas habitaciones del castillo esperando ver salir a su amo. Movía la cola. Ladraba llamándolo. Y al no obtener respuesta se echaba a la entrada de esas habitaciones a dormitar, a esperar....
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