Dubito, ergo cogito, ergo sum
Descartes






miércoles, 26 de mayo de 2010

HACE MUCHO CALOR

─ Hace mucho calor─ dijo Remedios abanicándose nuevamente.
Su pelo se movía tan rápido como ella movía el abanico de palma que había comprado en el pueblo anterior. Lo había comprado por la explosión de color que vio en él: amarillo, azul, rosa, verde, blanco, entrelazados con finas líneas negras que separaban no sólo cada color, sino que hacían que resaltaran más las combinaciones.
─ Mira, Humberto, vamos a sentarnos por allá, debajo de aquel roble. Camina rápido, Remedios, si no nos ganan el lugar en la banca─ les apuró casi gritando Doña Enedina, tía de ambos, a quien sus ya sesenta años parecían no hacerle mella.
Remedios y Humberto siguieron a la tía. Ella, jadeando llegó primero al banco en medio de la plaza del pueblo, ahora con poca gente porque no era precisamente la hora en que salieran algunos a pasear.
No era tampoco día de fiesta. Así es que ni siquiera había por qué apurarse. Pero Doña Enedina, siempre corría para todos lados, llegando primero que nadie, ganando los lugares, y mostrando por ese simple hecho una sonrisa tan grande y satisfactoria que a cualquiera contagiaba.
Pero no hoy a Humberto y Remedios.
Ellos estaban más que cansados, agotados por el calor.
Habían accedido a visitar a la tía en su lejano pueblo porque simple y llanamente ella les había ya llamado mucho por teléfono quejándose, muy amablemente, del abandono en que la tenían ellos, hijos ambos de su hermano mayor ya muerto. Y aunque el resto de la familia, siempre veía por ella, Enedina quería ver y estar con sus sobrinos. Por eso les llamaba tanto. Ellos accedieron a ir ese fin de semana, y se arrepintieron demasiado pronto.
Al parecer, la época no era la mejor. Hacía mucho calor.
El pueblo de Doña Enedina estaba emplazado en la Sierra Gorda y la altura del lugar lo hacía demasiado caliente para esa época.
Bellísimo lugar sin mayores pretensiones su plaza principal, pequeña, con un kiosko en el centro y varios bancos a su alrededor, lucía siempre limpia y hermosa rodeada no sólo de árboles añejos y frondosos, sino también se veían un par de arcadas con los comercios típicos del lugar: un restaurant bastante modesto, el hotel, una zapatería, una mercería, un par de tiendas con pocas artesanías y un puesto de periódicos. Cerraba en un ángulo muy bello, una farmacia bien iluminada la entrada a la plaza. Enfrente, el Palacio Municipal y al otro lado, la iglesia.
Doña Enedina se sentó muy propia en el banco y saludo con una sonrisa a quien por ahí pasaba.
Empezó a subírsele el color, cosa que advirtió Remedios demasiado pronto y la abanicó. Doña Enedina seguía sonriendo, pero era evidente que lo hacía con mucho esfuerzo. Remedios la siguió abanicando un tanto asustada
─ ¿Qué te pasa, tía? ¡Estás muy colorada! ¿Quieres que Humberto vaya a comprarte un agua, un refresco...?
─ Sí, yo creo que sí. Ve rápido... y traime un refresco....

Humberto se fue corriendo y trajo luego luego el refresco que Doña Enedina bebió con gran apuración. Terminó y sonrió.
─ Tía, ¿ya te sientes mejor...?─ volvió a preguntar Remedios que no dejaba de abanicarla
Sí. Doña Enedina ya se sentía mejor. Era obvio que lo estaba puesto que había ya recuperado su color y seguía sonriendo.
Pero de pronto, Remedios y Humberto se miraron muy consternados y clavaron sus ojos en la cara regordeta de la tía, que seguía felizmente sonriendo.
─ Tía, ¿te sientes bien?
─ Sí, claro; ¿por qué preguntas? Ese refresco que me acabo de tomar me ha caído muy bien. Sí que me bajó el calor...
─ Pero tía, ¿estás bien...?
─ Sí, deveras que sí. Mírame. No sé por qué preguntas
─ Pues porque tú no puedes tomar refresco. Eres diabética, hipertensa y aparte, tu osteoporosis y tu gordura no permiten que tomes refresco... ¡Perdónanos, tía! No nos acordamos. ¡Ay, Humberto! Ojalá y no le vaya a hacer daño. Habrá que llevarla con el doctor...
─ No, ¡qué doctor, ni qué doctor!─ dijo Doña Enedina. ─Yo no voy. Siempre me está prohibiendo las cosas y él no entiende que cuando hace tanto calor, lo mejor que hay es un refresco. ¿verdad...?
Remedios y Humberto abrazaron a la mujer, que sonriendo, los llenó de besos, de sonrisas, de amor.

1 comentario:

Unknown dijo...

xD yo no se porque, pero a mi el refresco no me quita el calor, no soy diabetica, ni parezco de algo (solo me quitaron el colorante azul jeje)pero aún así prefiero agua, sin chiste o de frutas, pero agua :P
Me comprare un abanico o tal vez un ventilador mmmmmm