Dubito, ergo cogito, ergo sum
Descartes






lunes, 8 de febrero de 2010

CONVERSACIÓN

Me subí a la micro y pagué mi pasaje al Estadio.
La Calzada por la que circulábamos iba bastante fluida, así que el viaje fue más bien rápido y sin mayores contratiempos.
Y digo "mayores" por que uno al andar en micro se acostumbra a ciertas incomodidades: el transporte sucio, los asientos rotos, la música en "laaa Zzzetta" a todo lo que da el volumen y escuchada a través de bocinas bastante chafas que nada más retumban de lo puro malas que son.
Iba yo sentada justo detrás del asiento del chofer e iba mirando sus maniobras para subir más pasaje sin importarle la incomodidad de los que ya nos habíamos subido.
El chofer "hizo base" en una estación de Metro. ¡Qué desesperación! Esperar a que suba el pasaje que no está en ningún lado y que ni siquiera escucha aquellos gritos de "¡súbale, súbale! lleva lugares, lleva lugares."
Por fin arrancamos y en la parada siguiente subió una señora gorda, chaparra, de rostro muy bonito, blanca y pelo claro natural. Vestía regularmente, con una blusa ajustada que dejaba ver su voluminoso vientre y una falda que en nada escondía sus grandiosas piernas sin medias y con zapatos bajos. Y como mucha gente actualmente lo hace, en una mano llevaba el celular pegado a la oreja y con la otra, pagó y sentó atrás de mi, justo en el momento que el chofer arrancaba.
─ 'pérame tantito...─ le dijo a la persona con la que hablaba y luego le dijo al chofer ─ ¡eh!, ¡usté!, ¡a ver si se fija y no maneja así! ¡que no trae animales!
─ . . . . . . . . .
─ Ora sí, ya... a ver dime que te dijo el hijo ése de su tal por cual─ le contestó a su interlocutor
─ . . . . . . . .
─ ¿En serio eso te dijo?... Pero tú sabes bien que eso no es cierto, que te he dicho hasta el cansancio que...
─ . . . . . . .
─ A ver, a ver, dime las cosas más despacio. Te estoy oyendo.
─ . . . . . . .
─ No, no, entiéndeme. Eso no es cierto. Acuérdate que yo te dije que le dijeras a mi mamá que cuando ellos dicen eso que dicen, no les crean. ¡Ustedes tienen la culpa por hacerles caso y no decirles nada!
─ . . . . . .
─ Á ver, repíteme eso: ¡no puedo creer, deveras, que eso te haya dicho!
─ . . . . . . .
─ Mira, te lo digo otra vez: cuando te digan eso, no les creas. Tú sabes que ellos son personas que na'más dicen purititas mentiras. Si alguna vez dicen la verdá, pos ¡ni les creas! Me he cansado de decirles que es mejor callarse, no hacerles caso y por último no decirles nada.
─ . . . . . .
─ ¿Ya ves? ¿Ya ves? Si yo te lo dije... Ya, manito, ya no les digas nada, me he cansado de decírtelo.
─ . . . . . .
Y yo, me tuve que bajar de la micro.

No hay comentarios.: