Dubito, ergo cogito, ergo sum
Descartes






sábado, 15 de diciembre de 2007

DESVANECIÉNDOME

Estábamos los colores un día platicando en la alta ladera de una montaña. Hablábamos sobre nuestra utilidad y rivalizábamos entre nosotros.
El rojo se vanagloriaba de dar su tinte a la sangre, de ser el color de la realeza, de ser el preferido para el hombre prehistórico en las cuevas de Lascaux en Francia. También decía que estaba presente cuando a las personas les daba vergüenza, calor o querían manifestar su amor o pasión. El verde se ufanaba de ser el tono de la naturaleza, de estar asociado a la vida y a la esperanza y de, incluso, ser mencionado si a alguien le daba envidia.
El azul, en cambio, se paseaba orgulloso mencionando ser el tono del cielo y del mar, de algunas noches claras. Y de pronto el negro lo interrumpió argumentando ser él quien daba su tinte a las noches, ser él quien delineaba muchos dibujos, pero se entristeció cuando los otros le dijeron que se le asociaba a la maldad.
Fue cuando el amarillo se le acercó y le dijo que gracias a él su apariencia era más luminosa y cálida y las personas decían que era el color del sol, de la luz. Y lo abrazó. Y casi lo desaparece...
Llegó el morado retozando y riendo alegremente, dándose cuenta de que él no era realmente útil a no ser por la tintura de yodo (y de que aparecía cuando había algún golpe). Se acercó el rosa y el café y el anaranjado comentando su aparente inutilidad, pero rieron después porque eso los había puesto en un extremo de las tonalidades que algunos niños utilizaban.
Pasó el púrpura ante ellos mirándolos despectivamente. Así era él.
Detrás llegué yo, el blanco, buscando con quien platicar. El único que me hizo caso fue el negro y apareció no sé por qué, el gris.
Y de pronto un rayo iluminó el cielo cubriendo inmediatamente de nubes cargadas todo el firmamento. Y en un momento se desató una lluvia fuerte, muy fuerte, que hizo que todos los colores se juntaran unos con otros, junto a mi, como queriéndose proteger. Y yo fui desvaneciéndome.
Cesó la lluvia, el cielo se despejó y apareció el sol cálido, radiante, luminoso.
¿Y los colores?
¡Se convirtieron en arcoiris!

1 comentario:

Anónimo dijo...
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