Dubito, ergo cogito, ergo sum
Descartes






jueves, 24 de noviembre de 2011

MIS DOLENCIAS

Amparo nunca se quejaba.
Siempre que le preguntábamos cómo estaba, ella, sonriendo, nos decía que estaba "bien". y además, siempre la veíamos bien.
Por eso, cuando, nos enteramos que había sido internada en el hospital, nos sorpendimos muchísimo.
Fuimos a verla, más por curiosidad que por otra cosa. "¡Qué malos!" pensamos que éramos porque nos movía eso y no otra cosa hacia ella en ese momento.
Cuando ya pudimos estar junto a ella, le preguntamos que como estaba y ella, sonriendo nos contestó que "bien, gracias". Y empezó a platicar como si nada. Nosotros, sin querer incomodarla le preguntamos entonces el por qué estaba ahí. "Pues porque me trajeron" dijo ella, "yo, ni cuenta me dí. Cuando desperté, estaba yo aquí, y eso no me gusta. Porque yo, la verdad, me siento bien".
Al salir de la visita, preguntamos a sus hijos qué había pasado.
Ellos nos hablaron de un infarto, pero que como había sido tratada a tiempo, simplemente estaba en observación. Y aunque ella se sentía realmente bien, pues tenía que estar ahí al menos un par de días.
Volvimos a preguntar que si ellos no se habían dado cuenta de algo que les pudiera avisar sobre eso. O al menos, que su mamá se hubiera quejado.
La respuesta fue un "no" seco, simple, llano.
Aunque uno de sus nietos sí hizo un comentario: su abuela siempre le decía que como ya estaba viejita, ella tenía algunas dolencias. Él sólo la oía y ella le platicaba, poniéndose las manos en el pecho, de un ligero dolor ahí. Y a veces le decía que se le dormían los dedos, o que le cosquilleaban las piernas, pero al mismo tiempo sonreía y decía, "pero estoy bien, aunque estas dolencias de vieja ya no me quieren dejar".
Amparo ya regresó a su casa, y ahora cuando le preguntamos cómo está, ella nos sigue contestando con una sonrisa que "bien, aunque con algunas dolencias".

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