Dubito, ergo cogito, ergo sum
Descartes






jueves, 24 de marzo de 2011

COMER CACAHUATES

Pienso que una de las cosas buenas de esta vida es comer cacahuates.
Desde ir a comprarlos a la frutería y que te los den en un cucurucho de papel o una bolsa de plástico y te vayas a casa caminando y sacando uno por uno, pelándolos, viendo cómo salta el polvito de su cáscara y quitándoles luego esa piel café, delgadita que los envuelve para meterlos a la boca y sentir y oir cómo truenan entre las muelas. Y mientras eso pasa, sacar otro, y hacer el mismo procedimiento.

O quizá comprar los cacahuates ya pelados y unidos en una preciosa barra, cuadradita, que se llama palanqueta. Y comer los cacahuates todos pegaditos con un dulce que te recuerda la parte amable de tu día.


O tal vez irse a la tienda de la esquina y comprar los cacahuates en bolsa: salados, enchilados, con limón o cascarita y vaciar el contenido de la bolsita en la palma de la mano y echártelos así a la boca en un puño y masticar y masticar hasta acabárselos todos.
Posiblemente a alguien le guste comprarlos estilo japonés, o garapiñados o yo no sé de qué forma.
Y ya no se diga el comerlos, el solo comerlos como botana, como antojo, como acompañamiento de una copa, o viendo una película o poniéndoselos encima a una ensalada, o sólo exprimiéndoles limón o echándoles salsita.
Nada más de pensarlo, se me antojan.
Hoy, quise escribir dando gracias a la naturaleza por entregarnos esto tan rico.

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