Dubito, ergo cogito, ergo sum
Descartes






lunes, 29 de diciembre de 2008

POR QUÉ EL ÁRBOL DE NAVIDAD ESTÁ JUNTO AL NACIMIENTO

Estaba yo sentada a obscuras en la sala de mi casa. Sólo estaban prendidas las luces del árbol y las del Nacimiento a un lado de él. Miraba yo y me imaginaba historias.
Fue entonces que llegó uno de mis sobrinos y me preguntó que qué estaba haciendo.
Yo le contesté que oía las historias que me estaban contando.
Él, intrigado, me pregunto que quiénes. Y yo le repondí que mi imaginación cuando veía el Nacimiento y el árbol de Navidad.
Inmediatamente le pregunté "¿Quiéres oir lo que me cuentan?"
"¡Sí!" él respondió y llamó a sus dos primos.
Así es que reunidos Pedro, Laura y Antonio, sentados en el suelo les platiqué la siguiente historia:

Ya había nacido el Niño Jesús en un portal. Y ya los ángeles habían anunciado a los pastores en el campo la Buena Nueva. También lo anunciaron a todos los seres vivos: animales y plantas.
El conejo emprendió el camino y se encontró con una ardilla
─ ¿ A dónde vas?, preguntó la ardilla
─ A ver al Niño Jesús que ha nacido en un portal, contestó el conejo
─ ¿Y por eso vas tan de prisa?
─ Sí. ¿Me quieres acompañar?
─ ¡Claro! Yo voy contigo. Oye, pero... ¿no le llevarás nada de regalo? Yo estoy pensando en llevarle.... una de mis nueces. De las que tengo guardadas en mi madriguera. Voy rápido por ella
─ Yo también le llevaré algo. ¡Ya sé! Tengo una gran zanahoria, ésa se la regalaré
Y ambos fueron por sus presentes. Se encontraron en el cruce del camino e iban caminando apresuradamente rumbo al portal. En el camino se encontraron con una serpiente de cascabel que les preguntó
─ ¿A dónde van tan de prisa?
─ A Ver al Niño Jesús que acaba de nacer en un portal. Y le vamos a ofrecer estos presentes: yo llevo una zanahoria para que su mamá la cocine y le dé una probaditas. Y la ardilla le lleva nueces, varias, para que las muelan y tenga algo más de comer.
─ ¡Yo voy con ustedes! Pero ¿qué le puedo llevar? No tengo manos para cargar, ni lomo en que puedan echar ustedes algo para que lo lleve.
─ Pero tienes una cola con cascabeles, le dijo la ardilla.
─ ¡Sí! ¡es cierto! con ella lo puedo entretener cuando llore.
Y ahí fueron los tres animales en el camino, apurados para ser de los primeros en llegar. Se toparon entonces con un pájaro, que llevaba unas plumas en su pico pues estaba construyendo su nido.
─ ¿A dónde van?
─ A ver al Niño Jesús que acaba de nacer en un Portal. Le llevamos varios presentes: yo llevo una zanahoria para que su mamá la cocine, la ardilla lleva unas nueces para que las muelan y la víbora lleva sus cascabeles para entretenerlo ¿nos acompañas?
─ ¡Sí!, respondió el pájaro. Y yo le llevaré una plumas para que, juntadas todas, tenga una almohada donde recostarse.
Y fue así que los animales iban caminando rumbo al Pesebre: el conejo con su zanahoria, la ardilla con varias nueces, la víbora cuidando mucho su cola para que sonaran bien los cascabeles y el pájaro acumulaba plumas en su pico para la almohada.
Antes un poquito antes de llegar al portal se sentaron a descansar bajo un pino, que estaba justamente en una de las entradas del lugar. Pero no sólo se sentaron a descansar, sino también empezaron a acicalarse, no fuera a ser que el Niño Jesús los viese así tan descompuestos por el viaje. Y platicaban entre ellos cómo entregarían los presentes, en qué órden, con qué palabras, y también se preguntaban si la mamá del Niño les dejaría acercarse al recién nacido.
Todo esto oyó el pino y les preguntó:
─ ¿Qué tanto hablan?
─ Pues que vamos a ver al Niño Jesús y le llevamos nuestros presentes ¿te gustaría entrar con nosotros?
─ Sí, claro que sí, contestó el pino.
─ Bueno, ándale, que ya vamos a pasar...
─ Sí. Espérenme un momento. Ahorita voy.
Y el árbol empezó a moverse: hacia adelante, hacia atrás, hacia un lado, hacia otro. No podía avanzar. Sus raíces lo ataban al suelo. Sus nuevos compañeros lo animaban. Él volvió a moverse intentando desprenderse del suelo. Sus raíces no se lo permitían. Hizo un intento más. ¡Nada! Todo era inútil. No podría avanzar.
Triste, muy triste, le dijo a sus nuevos compañeros que no los podría acompañar.
Y empezó a llorar. Empezó a derramar lágrimas, pequeñas, muy pequeñas.
Y entonces vino un viento helado que congeló las lágrimas que quedaron colgadas de las ramas del pino.
Viendo esto, las estrellas bajaron y se posaron en varias ramas e iluminaron el árbol.
De esta manera quedó el pino, a un lado del Portal, iluminando la entrada del Recién Nacido.
"¡Qué bonito!" me dijo Laura. "¿Y por eso siempre hay que poner el árbolito de Navidad con muchas luces que parezcan estrellitas, con esferitas que cuelguen para que brillen con la luz, y a un lado del Portal donde nace el Niño Jesús para iluminar a todos los que se quieran acercar a ver el Nacimiento?"
"Pues sí," yo le contesté.
Y después nos pusimos a cantar: "...pero mira cómo beben los peces en el río, pero mira cómo beben por ver a Dios Nacido..."

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