Dubito, ergo cogito, ergo sum
Descartes






viernes, 9 de abril de 2010

TIEMPO (LA SIBILA DE CUMAS)

Soñando con la muerte
la Sibila se arrastra infinitamente
por el corredor del Tiempo.




Todo le recuerda el pasado y, con los ojos vueltos hacia ella misma, la pitonisa trata de comprender su propio destino.
Encorvada, la Sibila de Cumas carga siete siglos de vejez. Nadie diría que fue muy bella en su juventud. Nadie diría que Apolo, en un tiempo distante, deseó su amor.
Cuando la vio por primera vez, el dios se encantó con la belleza y la pureza de sus rasgos. La Sibila, sin embargo, quería mantenerse virgen. Apolo le ofeció regalos, tratando de cautivarla. Pero todo fue en vano, y pronto el dios comprendió que no podría seducirla. Su amor, sin embargo, era tan grande que le prometió realizar cualquier deseo que tuviese.
Entonces la Sibila tomó un puñado de polvo entre las manos y, en su inconsciencia, le pidió que tantos granos como tuviese aquel polvo, tantas veces le fuera dado ver nacer el sol en el horizonte. Así pidió una vida perpetua, olvidándose de desear también que esos años fuesen todos, hasta el fin, años de saludable juventud.
Apolo inmediatamente comprendió que la joven estaría condenada a envejecer durante siglos. Otra vez solicitó su amor. Y, a cambio de él, le daría también una larga juventud. Pero la sacerdotisa no aceptó. En aquélla época ser bella y joven era toda su realidad,
Los años de la juventud pasaron como las hojas que se lleva el viento. El tiempo no tiene indulgencia. Y, de repente, la Sibila notó que la fuerza y la belleza habían huído: le quedaba tan solo el cansancio de una vida inmensa.
Cuando Eneas fue a buscarla, pidiéndole consejo, la Sibila volvió su mirada llena de la más dolorosa agonía y, desde el fondo de su cansancio. le contestó que todavía le quedaban trescientos años de vida. Trescientos años que la consumirían más y más.


Su cuerpo se achicaba; los miembros iban siendo devorados por el tiempo. Sólo la voz conservaba la antigua fuerza. Y sus profecías eran pronunciadas en tono terrible.


La vida todavía permanece indiferente a las angustias de la Sibila. Su voz continúa perfecta, pero ella no tienen deseos de hablar. Está pequeña como una cigarra, y los sacerdotes, temiendo perderla, la han encerrado en una jaula.
Condenada por su inconsciencia, la Sibila de Cumas atesora un único deseo: morir.
La Sibilia de Cumas
Miguel Ángel
(Fragmento, en la Capilla Sixtina)

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