La Señora Inés daba vueltas y vueltas en la cama, quejándose.
Estaba en un hospital público compartiendo la habitación con otras cinco mujeres a las que no separaba nada más que el espacio entre cama y cama. No había biombos, ni paredes movibles, ni cortinas que preservaran su soledad o su intimidad. Nada. Todo se oía. Todo se veía.
Pero la que más hacía notar su presencia era justamente la Señora Inés, a las que sus compañeras de cuarto "cariñosamente" llamaban Inesita.
Inesita era bajita, rechoncha, de pelo chino, negro, corto. Usaba lentes y dormía con ellos. Una sonrisa que a veces parecía una mueca, formaba parte de ella. A veces no la perdía aún estando dormida. Inesita era de piel blanca, con mejillas rosadas, con arrugas en el contorno de los ojos obscuros que nunca estaban quietos, que miraban para todos lados, que se querían enterar de todo su entorno. ¿Cuántos años tenía? Quizá 60 o un poco más pero ni una cana había en su cabeza que no estaba teñida.
Inesita había sido operada de una hernia y caminaba dificultosamente al baño o al comedor donde le servían sus alimentos. Caminaba así por la gran cantidad de tubos que de su vientre colgaban y que recogían los fluídos corporales propios después de la operación a la que fue sometida.
Empecé diciendo que daba vueltas y vueltas quejándose, porque eso hacía nada más iniciada la noche. Durante el día, se paraba, se sentaba, caminaba con dificultad, y siempre sonreía. Oía danzones y gustaba de subir el volumen de su receptor para que el resto de las enfermas se alegraran con ella. ¡Poco faltó una tarde para que contagiada por los comentarios de las mujeres que con ella compartían la habitación, se pusiera a bailar!
Pero iniciaba la noche, se apagaba la luz, y ella, después de una media hora de ronquidos estrepitosos se despertaba y empezaba a llamar a la enfermera, a pedir que le ayudaran a moverse, a quejarse de lo que le dolía o no le dolía, a decir que los moscos la picaban, a pedirle a sus compañeras que se callaran porque no la dejaban dormir.
Hace un par de días me encontré a Inesita entrando al hospital. La saludé efusivamente y ella a mí. Me regaló una gran sonrisa y me dijo que iba a que le quitaran los puntos. Yo le pregunté que si ya podía dormir. Ella, sonriendo, me dijo que no, que todavía no.
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