Dubito, ergo cogito, ergo sum
Descartes






miércoles, 30 de diciembre de 2009

FIESTA

Para ese 24 de Diciembre ya tenía todo preparado: la carne que llevaría y un postre que le habían pedido. Eloísa había hecho uno más, por el solo gusto de hacerlo. Además había hecho galletitas para todos y tenía ya preparada una hermosa canasta con todas ellas acomodadas aparte de haber incluído algunas frutas secas y otras cristalizadas, aparte de nueces y avellanas.
Cuando preparaba la canasta recordó a su papá que a principios de Diciembre empezaba a llegar casi cada tarde con algo en las manos para ofrecer a quienes visitaran la casa: dulces, nueces, pistaches, chocolates, galletas, y algún licor suave para ofrecer a las señoras. ¡Qué buenas eran las Navidades en esa época!
Eloísa quería aquél año repetir eso. Aunque fuera de la casa paterna, en casa ahora de Mariana, su cuñada, quería, de alguna manera, llevar ese entusiasmo de sus padres a otro lado y sentirse alegre y feliz por esa fiesta tan esperada.

Quedaron de pasar por ella entre 9 y 10 de de la noche.
A Eloísa le molestaba tener que depender de eso: de que alguien pasara por ella. Siempre se había movido por sus propios medios. Pero esa noche tenía que llevar muchas cosas y cuando quiso pedir un taxi al sitio, le informaron que no había carro disponible. Ni modo, tendría que esperar a que pasaran por ella.

Y se empezó a imaginar la alegría de los niños, sus sonrisas, sus ansias por abrir los regalos. E imaginó también sus caras de sorpresa y gusto cuando fueran descubriendo las hermosas cosas que les obsequiaban. Y fue cuando pensó en esas alegrías de hace muchos años con sus padres, con el barullo de ser muchos los hijos y el gusto de abrir cada quien sus regalos.
Y también imaginó a sus cuñadas y a los hermanos de ellas brindando y riendo con verdadero gusto por el simple hecho de estar juntos.

Eloísa saldría este año de su casa a festejar la Navidad en otro lado. Era algo nuevo para ella, pero sabía que las cosas a raíz de la muerte de sus padres no podían ser iguales. Pero aceptaba con gusto el cambio. Lo importante era estar juntos, estar en la fiesta con los demás, sin importar el sitio en donde se estuviera.

Dieron las diez, y nada.
Dieron las once, y tampoco, nada.
Ni una llamada, ni nada.
Ella levantó el teléfono y marcó. Timbró varias veces y oyó la voz en la contestadora. Colgó. ¿Qué pasaba? Ojalá y no les hubiera pasado nada malo.
Esperó.
Eran las once con cuarenta y cinco y ella seguía esperando.
Volvió a marcar. Nada. Sólo oyó la contestadora.
Llamó al sitio de taxis nuevamente. Y el resultado fue el mismo: no había carros.
Las doce.
Eloísa estaba sola a las doce de la noche, con todos sus regalos listos, con su cena preparada, con sus galletas empacadas para ser entregadas.
Nada.

Se quedó sentada en el sillón, esperando una llamada y se durmió.

Sonó de pronto el teléfono.
Ya eran las dos de la mañana: era Lulú, su sobrina,la hija de Mariana, la que llamaba para felicitarla por la Navidad.
Eloísa lo único que le dijo es que qué había pasado, que por qué no la habían ido a recoger.
Lulú, desconcertada, lo único que le contestó fue que Mariana, su mamá, les había dicho que ella no quería ir a la fiesta de esa noche porque era fuera de su casa y no le gustaban las fiestas decembrinas en otros lugares, y que por eso no la habían ido a recoger.
Nada más.
Eloísa lo único que pudo decir fue "Feliz Navidad" cuando colgó y se puso a llorar silenciosamente.

No hay comentarios.: