Dubito, ergo cogito, ergo sum
Descartes






domingo, 7 de junio de 2009

DOS ACTITUDES

─ ¡...y ahora resulta que todos tenemos la culpa!─, me dijo Rocío muy atribulada y al punto del llanto.
Yo nada más la abracé.
Ella, dejó salir unas lágrimas y sobreponiéndose muy rápidamente se levantó del sillón para ir a continuar con su trabajo.
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Ante una posible demanda de un grupo de inconformes, nuestro jefe tuvo que tomar una decisión muy drástica, y dolorosa para él: devolver lo pagado por los productos que habían llevado esas personas. No devolvería la cantidad completa, pero sí una parte importante de ella. Y pactada la suma, "arreglado" el problema, cerró el almacién y nos llamó a todos para explicarnos lo que ya sabíamos, echándonos a todos la culpa de lo acontecido, y culpándonos también de las pérdidas monetarias de ese mes.
Rocío es una persona muy sensible, verdaderamente entregada a su trabajo, a la que le hemos podido pedir muchas cosas que ella hace gustosa, siempre sonriendo. Y por eso fue su reacción de llanto.
A mi me dio coraje este desquite. Tuve ganas de ir a decirle al jefe que en lugar de echar de gritos, se sentara a reconocer las verdaderas causas de la inconformidad y hacer algo para arreglarlas y que no se repitiera cosa semejante en el futuro. Él, como en otras ocasiones, ya se había encerrado en su despacho y había ordenado a gritos a su secretaria que nadie lo molestara.

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Terminada la tarde, Rocío tomó sus cosas, checó su tarjeta y salió diciéndonos "hasta mañana".
Esta vez no esbozó ninguna sonrisa al despedirse. Esta vez no bromeó con el portero y con la encargada de la limpieza. Esta vez, salió cabizbaja.
Yo la ví y al mismo tiempo volteé a mirar a nuestro jefe, quien ya había abierto su puerta para vernos trabajar y muy sonriente había pedido un café, bien cargado, a su secretaria.
Él, como siempre, sentado ante su impresionante escritorio, nos miró y siguió manipulando su computadora y hablando por teléfono. Tranquilo, sin sobresaltos.

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