Me puedo levantar tarde, bañarme y vestirme sin prisas, sin cuidar que al arreglarme, esto o aquéllo me combinarán. A veces, por no tener esas prisas, descubro que hay combinaciones de colores o de formas que no había probado y que me quedan bien (o definitivamente mal, lo que me hace sentir fatal).
Puedo leer tranquilamente un poco más la novela en turno. O hacer de comer diferente o probar alguna receta nueva, que por ser nueva, yo misma digo que hay que hacerla con cuidado.
Puedo revisar mis correos tranquilamente y contestar a cada persona que me escribe agradeciéndole con unas palabras de más su atención por tenerme presente.
Puedo, también, hablar por teléfono sin prisas. Ver tele sin agobios. Leer el periódico pausadamente. O estar contemplando las plantas del jardín con tranquilidad. Hasta oigo el radio sin presiones, sin darme cuenta de qué horas son.
Hoy es un día de ésos.
Y aunque tengo que redactar unos exámenes, hacer limpieza, guardar la ropa del invierno en sus lugares hasta la próxima temporada, arreglar unos archivos, deshacerme de papeles y acomodar algunos libros, pues digo que ya lo haré, al fin el día tiene hoy muchas horas.
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