Después de la fiesta de Fin de Año, amanece la ciudad dormida.
Algunos, los menos, van a misa, temprano como a las 9 de la mañana. La mayoría de ellos son viejos que no pierden la tradición de oir misa el primer día del año.
Mucha gente apenas a esa hora lleva quizá un par de horas de sueño, nada reparador, pero sí necesario.
La casa es un verdadero desorden y quien primero se levanta ve la realidad: todo tirado. Y prefiere irse a acostar nuevamente.
Lavar trastes, barrer, recoger, ordenar e ir guardando las cosas en su lugar, tirar la basura en grandes bolsas son sólo algunas de las actividades que nos esperan cada inicio de año.
Se desayuna tarde, o almuerza, o definitivamente se come lo que de la cena quedó. Algunos dicen que el recalentado es mejor. Y se olvidan muchas consideraciones que se tienen en otras épocas a las "visitas" que decidieron quedarse en casa.
Poco a poco, la casa vuelve a tomar vida. Inicia otra vez la música, primero a volumen bajo, quizá amablemente, pero después parece que se olvida también esta consideración y ¡a levantarse se ha dicho! y a seguir la pachanga.
Si midiéramos el Año que inicia por las primeras acciones del día Uno de Enero, mal nos pintaría el año: mucho trabajo, falta de sueño, cansancio excesivo, dolor de cabeza, tener que soportar a quienes no queremos junto a nosotros, risas forzadas y atención a los que no queremos atender.
Y esto es sólo el principio, porque para muchos, el día Dos de Enero se tienen que presentar a trabajar ¡qué dolor! Al menos, piensan, debieran darnos un par de días más para reponernos.
Lo importante es que ya pasamos un años más.
Ya iniciamos el Año Nuevo, que pronto se convertirá en Viejo con el clásico ¡qué rápido se ha pasado este año!
Y hay que seguir adelante. ¿Con el trabajo? ¿Con los diarios deberes? ¡No! ¡Con los festejos! Todavía nos falta el Día de Reyes y hay que ponerse de acuerdo para ver en dónde vamos a partir la Rosca, aunque ni creamos en los Reyes Magos, seamos unos ateos, agnósticos, paganos o lo que sea. Porque después vendrán los tamales del Día de la Candelaria.
¡Ah, qué felicidad!
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