Dubito, ergo cogito, ergo sum
Descartes






jueves, 13 de septiembre de 2007

ASALTO DE CHAPULTEPEC

Heriberto Frías*
(Septiembre de 1847)
La batalla del Molino del Rey [8 de septiembre] demostró plenamente todo el poder de resistencia de que eran capaces las tropas mexicanas, dirigidas con acierto, entereza y valor… Jornada fue aquella que costó al enemigo torrentes de sangre y varios elementos de guerra, sin lograr obtener las ventajas que merecían semejantes sacrificios.
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Mas si para el enemigo esta jornada fue costosa, para nosotros tuvo un efecto moral decisivo, produciendo el mayor desencanto en la población de la capital, estremecida dolorosamente por esta catástrofe, no obstante que el general Santa Anna la hizo celebrar como un triunfo, con repiques y dianas…
¡Quería el general en jefe arrojar velos de apoteosis triunfales a sus postreros descalabros!
Y pensar que todavía el día 7, en la misma víspera, se convirtió en paseo y regocijamiento público la extensión que ocupaba el oeste de Chapultepec, los molinos, la Casa Mata, y calzadas Anzures y la Verónica. Pensar que de nuevo, después de tan inauditos desastres había sonreído la esperanza de victoria, tanto que la muchedumbre frenética de entusiasmo patriótico saludó a Santa Anna con gloriosos vivas, redoblando con el griterío universal las sonoras cajas de guerra, los repiques de las campanas y el rimar flamígero, vibrante y bélico de cien trompetas y clarines. Triste apoteosis militar de aquel hombre siniestro que tanto había ido amontonando pesadumbres y atroces infortunios sobre la Patria
¡Traición! ¡Traición! ¡Traición!
Resurgía la fatídica palabra…
¿Por qué no habría cargado la caballería?, se preguntaban peritos y profanos en el arte de la guerra…
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Al amanecer del día 12 [de septiembre], las baterías americanas rompieron sus fuegos sobre el bosque y el castillo, produciendo espantosos estragos, y después de que aquéllas rectificaron sus punterías pudieron al fin enviar con el más terrible éxito, sus cohetes a la Congreve, sus granadas y sus bombas de hierro…
Chapultepec apenas estaba defendido por ligeras obras de fortificación: en el exterior un hornabeque en el camino que va a Tacubaya. En la puerta de la entrada oriental: un parapeto, y en la cerca débil e impropia como defensa militar… se construyó una flecha, abriéndose en torno un foso de 7 metros de profundidad. Éste debía rodear todo el bosque; pero semejante obra, como otras muchas… no quedó terminada, y apenas si se colocaron unos tablones y morillos cavándose alrededor unas cortaduras entre zanja y zanja…
El recinto del edificio pomposamente llamado Castillo, se rodeó en gran parte con parapetos de sacos a tierra y revestimentos de madera, ramajes y adobes, blindándose los techos que cubrían los dormitorios del Colegio Militar y los principales depósitos.
Apenas 7 piezas de artillería defendían esta posición tan descuidada, en suma, por Santa Anna: dos de a veinticuatro, una de a ocho, tres de campaña de a cuatro y un obús de a sesenta y ocho.
Era el jefe del punto el ilustre y benemérito general don Nicolás Bravo, quien tenía como segundo al general Mariano Monterde, contando con una guarnición de tropas bisoñas y desmoralizadas, que a la hora del conflicto sumaban unos 800 hombres los que se distribuyeron en las obras del bosque y en la propia defensa del edificio, en lo alto del cerro.
En vano el general Bravo hizo ver a Santa Anna lo peligroso que era abandonar la posición al cuidado de tropas reducidas y de mala calidad (contingente de reclutas indígenas de varios estados) a los que no se supo o no se pudo, o tal vez no se quiso, ni se intentó, hacer penetrar en sus conciencias la fe patriótica, enderezando el viejo temple heroico de su raza hacia el denuedo provechosísimo de una gran resistencia ante el invasor.
Al amanecer del día 12, las baterías americanas principiaron el bombardeo sobre el bosque y el llamado Castillo, contestando sus fuegos muy escasamente nuestra pobre artillería.
…..y durante todo el día cayó sobre Chapultepec una lluvia de granadas, bombas y cohetes a la Congreve, produciendo estragos espantosos en el material de las fortificaciones y en la escasa tropa que las guarnecía. Hubo necesidad de retirar gran parte de ella para que no sufriera impunemente tan mortífero fuego, colocando tras del cerro, hacia el oriente, a todos los defensores que no pertenecían a la artillería y a los no empleados en las obras de defensa…
En la noche, mientras, el general Nicolás Bravo urgía con desesperación, como ya indicamos, porque se reforzaran las tropas de su mando con parte de las reservas intactas que Santa Anna llevaba de un extremo a otro de la ciudad y sus contornos,…
Apenas se inició la terrible noche del 12 al 13…
A última hora se efectuaron las reparaciones más urgentes, aprovechando las tinieblas, no sin que entre tanto desertaran reclutas, indígenas incapaces de comprender la trascendencia y la ignominia de su acción frente al enemigo, atribulados y desmoralizadísimos como estaban, y sobre todo sin que hubieran surgido voces inteligentes y patrióticas que les hiciesen luz en sus pobres cerebros ensombrecidos.
Algo reanimó al general abatimiento en aquella noche: la presencia, a lo lejos, de una fuerza del Estado de México que llegaba a reforzar las del valle, al mando del mismo gobernador don Francisco M. Olaguíbel,…
Mas, por desgracia, se repitieron las mismas, las eternas faltas de esta lamentable campaña. Hubo órdenes y contraórdenes del general presidente; fatigóse a la tropa sin resultado práctico…
Para cooperar a la defensa del Castillo, se dispusieron en la falda del cerro, por la parte oeste que era entonces la más accesible, una fogatas de barrenos de pólvora, que no llegaron a encenderse por no bajar a tiempo el teniente de artillería encargado de hacerlas estallar.
Al amanecer del día 13, el enemigo principió más activo que el día anterior, desde las posiciones de Molino del Rey y la batería del sur. A la seis de la mañana, el general Bravo comunicó al ministro de la Guerra la deserción de gran parte de sus tropas desmoralizadísimas por los estragos y sangre que causara la artillería enemiga, encareciendo la necesidad de que se cambiara su fuerza por cualquier otra en diferentes circunstancias. Santa Anna insistió en no enviarle auxilio alguno hasta la hora del asalto.
………………………………………… Los norteamericanos avanzaron con resolución, haciendo a trechos certeras descargas de rifle sobre los parapetos del bosque donde nuestros escasos soldados respondieron con su fusilería a los gritos de ¡viva México! Al llegar a ellos se trabó su desesperada refriega al arma blanca, mas los defensores fueron arrollados por el impulso de aquella masa superior erizada de bayonetas penetrando al bosque las columnas En estos instantes el general Santa Anna, no obstante el último aviso apremiante de Bravo, se contentó con enviar por todo refuerzo al Castillo, al batallón de San Blas al mando del bizarro teniente coronel Santiago Xicoténcatl.
Esta fuerza no tuvo tiempo de subir al Castillo;…
Y he ahí a Santa Anna dando órdenes y contraórdenes a sus fuerzas de reserva, mandándolas de un lado a otro, inútilmente, mientras el verdadero asalto sobre el Castillo desarrollaba en el bosque espantosa tragedia de sangre y fuego; mientras el batallón de San Blas, rodeado por enemigos superiores caía épicamente al pie del cerro, muriendo la mayor parte de sus oficiales y soldados, lo mismo que su valiente jefe,… Bajo la alta bóveda de los viejos ahuehuetes, en medio de una aureola de fuego, nubes de pólvora, relámpagos de sables y bayonetas, cae el héroe envuelto en su bandera atravesado por veinte balas, gritando: ¡Viva México!
El enemigo subió por la rampa y por las partes practicables, aprovechándose de las asperezas, rocas y arbustos del cerro, para hacer fuego tras ellos, en tanto que de las defensas que rodeaban al Castillo brotaban las descargas de sus defensores, deteniendo a los asaltantes. Reforzados éstos por nuevas tropas […], todavía encontraron heroica resistencia en los alumnos del Colegio Militar, quienes tuvieron la gloria espléndida de hacer morder el polvo al invasor en aquella jornada.
Estos no obstante la orden de retirarse que les había dado el general Bravo, prefirieron morir con honra; y desde que aparecieron a su alcance los enemigos, estuvieron haciendo fuego desesperadamente, y cuando cayó la mayor parte del Colegio, se retiraron con algunos soldados, al jardín que quedaba sobre el velador donde fueron hechos prisioneros.
Eterna es la gloria de aquellos niños héroes que admiraron al enemigo con su entereza de bronce, honrando la bandera de su patria y sellando con luz del sol —luz roja de crepúsculo trágico, luz roja como su sangre— la leyenda del augusto Chapultepec.
Murieron defendiendo el último reducto del Colegio Militar los siguientes alumnos cuyos nombres no debemos olvidar nunca: Teniente Juan de la Barrera y los subtenientes Francisco Márquez, Fernando Montes de Oca, Agustín Melgar, Vicente Suárez y Juan Escutia; y siendo heridos el subteniente Pablo Banuet y los alumnos de fila Andrés Mellado, Hilario Pérez de León y Agustín Romero. Quedaron prisioneros con el general Monterde, director del Colegio, los capitanes Francisco Jiménez y Domingo Alvarado; los tenientes Manuel Alemán, Agustín Díaz, Luis Díaz, Fernando Poucel, Joaquín Argaiz, José Espinosa y Agustín Peza, y los subtenientes Miguel Poucel, Ignacio Peza y Amado Camacho, con el sargento Teófilo Nores, el cabo José Cuellas, el tambor Simón Álvarez, el corneta Antonio Rodríguez, y 37 alumnos de fila.
Tomado el Castillo, hecho prisionero su jefe, el general Bravo, llegaron nuevas fuerzas americanas a la posición,…
El enemigo quedó pues, nuevamente victorioso en estos últimos combates, no sin que su triunfo le costara sangrientos sacrificios, perdiendo la quinta parte de su fuerza, dejando bajo las hermosas enramadas de Chapultepec ensangrentada, muerta o herida la flor magnífica de su oficialidad.
Y también quedaron bajo el antiguo bosque de Moctezuma y Nezahualcóyotl, aquellos radiantes jóvenes mexicanos, alumnos del Colegio Militar, eternamente glorioso en los anales patrios, sucumbiendo en la refriega heroica, de cara al deber mirando al cielo.

*Fragmento de La Guerra contra los gringos de Heriberto Frías, quien nació en la ciudad de Querétaro, en 1870. Frías fue miembro del ejército en la época de Porfirio Díaz. Hombre sensible y de vocación literaria, escribió, entre otras cosas, una crónica: Tomóchic… Una vez fuera del ejército porfirista Heriberto Frías se dedicó al periodismo de oposición. Posteriormente participó en la Revolución Mexicana. Murió en 1925

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